Peregrinos de esperanza con María
Agosto sabe a cielo, a descanso, a fiestas de María. El 15 de agosto celebramos la Asunción de María. Es Dios, Padre, Hijo y Espíritu, que lleva a su hija, madre y esposa en cuerpo y alma al Cielo al final de su vida terrenal. Es un dogma de la Iglesia que definió el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, para confirmar el sensus fidelium del pueblo católico el cual entendía que donde estaba el Hijo estaría también la Madre.
Esta glorificación de María es celebrada en los pueblos de España y de su ámbito cultural, con diferentes manifestaciones y advocaciones y en ella vemos el modelo de nuestra esperanza, la visión de Dios, esperanza a la cual nos anima san Agustín. “Serán retiradas del medio todas la Escrituras que en la noche de este mundo se nos encendían cual lámparas, para no quedarnos en tinieblas; retiradas todas éstas, cuya luz ya no nos hará falta, y cuando los hombres mismos de Dios, mediante los que se nos sirvieron estas cosas, vean con nosotros aquella luz verdadera y clara; apartadas, pues, estas ayudas, ¿qué veremos?, ¿de qué se alimentará nuestra mente?, ¿de qué se alegrará la mirada?, ¿de dónde vendrá aquel gozo que ni ojo vio ni oído oyó ni a corazón de hombre ascendió?, ¿qué veremos? Por favor, amad conmigo, corred creyendo conmigo; deseemos la patria de arriba, suspiremos por la patria de arriba, sintámonos aquí exiliados. ¿Qué veremos entonces? Dígalo el evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios. Llegarás a la fuente desde la que se derramó sobre ti el rocío; verás desnuda esa luz misma, para ver y soportar la cual eres limpiado, desde la que, indirectamente y a través de sinuosidades, te fue enviado un rayo al corazón tenebroso. Queridísimos, dice Juan mismo —cosa que también ayer recordé—, somos hijos de Dios y aún no ha aparecido qué seremos; sabemos que, cuando haya aparecido, seremos similares a él porque lo veremos como es. Percibo que vuestros afectos son llevados conmigo a lo alto; pero el cuerpo, que se corrompe, embota al alma, y la morada terrena abate a la mente, que piensa muchas cosas. Voy a dejar yo ese códice, y vosotros vais a marcharos cada uno a lo suyo. En la luz común nos ha ido bien, hemos gozado bien, hemos exultado bien; pero, cuando nos separamos unos de otros, no nos separemos de ella.” (Comentario al Evangelio de san Juan 35,9).
La bienaventuranza de María, su felicidad definitiva se debe al cumplimiento de la voluntad del Padre y a tener a su Hijo más en su corazón que en su vientre lo que la hace su discípula y miembro eminente de su cuerpo, la iglesia: “Prestad más atención, hermanos míos, prestad más atención, os lo ruego, a lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Estos son mi madre y mis hermanos; y quien cumpla la voluntad de mi Padre, que me envió, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. ¿Acaso no hizo la voluntad del Padre la Virgen María, que por la fe creyó, por la fe concibió, elegida para que nos naciera la Salvación en medio de los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? La cumplió; santa María cumplió ciertamente la voluntad del Padre; y por ello significa más para María haber sido discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta haber sido discípula de Cristo que haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, puesto que, antes de darlo a luz, llevó en su seno al maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Mientras caminaba el Señor con la muchedumbre que le seguía, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: ¡Bienaventurado el seno que te llevó! ¡Dichoso el seno que te llevó! Mas, para que no se buscase la felicidad en la carne, ¿qué replicó el Señor? Más bien, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la guardan. Por ese motivo, pues, era bienaventurada también María: porque escuchó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en su mente mejor que la carne en su seno. La Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: de más categoría es lo que está en la mente que lo que se lleva en el seno. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente pero, al fin, miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es Cabeza y el Cristo total lo constituye la Cabeza y el cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una Cabeza divina, tenemos a Dios como Cabeza.” (Sermón 72 A, 7).
También los hombres cuando acogen al Hijo, se hacen miembros del Cuerpo de Cristo y al mismo tiempo madres de Cristo al darle a luz en el propio corazón: “Por lo tanto, amadísimos, fijaos en vosotros mismos. También vosotros sois miembros de Cristo, también vosotros sois cuerpo de Cristo. Prestad atención a cómo sois lo que él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? Y todo el que escucha y todo el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos ese es mi hermano, mi hermana y mi madre. Reflexiona: entiendo lo de hermanos, entiendo lo de hermanas: única es la herencia; y por eso la misericordia de Cristo, que, siendo el único, no deseó ser el único heredero, quiso que nosotros fuésemos herederos del Padre, coherederos con él. Pues la herencia es tal, que no puede menguar por la muchedumbre de los herederos. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, que hermanas de Cristo son las mujeres santas y fieles. ¿Pero cómo podremos entender el ser madres de Cristo? ¿Qué cabe decir, entonces? ¿Osaremos llamarnos madres de Cristo? Sin duda, nos atrevemos a llamarnos madres de Cristo. Habiendo dicho que todos vosotros sois hermanos de él, ¿no me atreveré a decir que sois su madre? Pero mucho menos me atrevo a negar lo que Cristo afirmó. ¡Ea!, amadísimos, mirad cómo —algo que salta a la vista— la Iglesia es esposa de Cristo. Y, aunque sea más difícil de entender, es verdad que es madre de Cristo. La Virgen María tomó la delantera a la Iglesia en cuanto figura de ella. ¿Por qué —os pregunto— es María madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo? Vosotros, a quienes me estoy dirigiendo, sois miembros de Cristo: ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: ¡La madre Iglesia! Esta Madre santa, honorable, semejante a María, da a luz y es virgen. Que da a luz, lo pruebo por vosotros mismos: habéis nacido de ella; y da a luz a Cristo, pues sois miembros de Cristo. He demostrado que da a luz, voy a demostrar que es virgen. No me faltará un testimonio divino, no me faltará. Avanza ante el pueblo, bienaventurado Pablo, sé testigo de mi afirmación; alza la voz y di lo que quiero decir: Os he desposado a un varón, presentándoos a Cristo como virgen casta. ¿Dónde está esa virginidad? ¿Dónde se teme la corrupción? Dígalo el mismo que la llamó virgen. Os he desposado —dice— a un varón, presentándoos a Cristo como virgen casta; pero temo que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así también vuestro espíritu se corrompa apartándose de la castidad en relación a Cristo. Mantened en vuestro espíritu la virginidad; la virginidad del espíritu es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue corrompida por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia por don del Omnipotente. Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en su espíritu, igual que María, siendo virgen, dio a luz a Cristo en su seno, y de ese modo seréis madre de Cristo. No es algo ajeno a vosotros, no es algo fuera de vuestro alcance, ni cosa que incompatible con vosotros: fuisteis hijos, sed también madres. Os convertisteis en hijos de la madre cuando fuisteis bautizados; entonces nacisteis como miembros de Cristo. Traed al baño del bautismo a los que podáis; para que, como fuisteis hijos al nacer, así ahora podáis ser también madres de Cristo al traerlos para que nazcan.” (Sermón 72 A, 8).
María nos acompaña en nuestra peregrinación llenándonos de esperanza de alcanzar la meta que ella ya disfruta por haber dado a luz a Cristo en su corazón.
P. Pedro Luis Morais Antón.
Agustino.