Función de la fe en Dios
La fe empuja al hombre a entrar en un itinerario que le lleve a una auténtica conversión, que le renueve en totalidad y le capacite para poder poseer a Dios: "y para que sea no sólo exhortado a que te vea, a ti, que eres siempre el mismo, sino también sanado, para que te retenga; y que el que no puede ver de lejos camine, sin embargo, por la senda por la que llegue, y te vea, y te posea" (Confesiones 7, 21, 27). Evidentemente esto exige lucha, esfuerzo, porque implica renuncia a las cosas del mundo para alistarse en el seguimiento de Dios (Cfr. Comentario al evangelio de Juan 34,10).
En todo momento será necesario que estemos alerta y no dejemos que dormite nuestra fe, como les pasó a los discípulos en medio del lago; si sentimos naufragar nuestra pequeña barca, es que Cristo está durmiendo en ella y es necesario despertarle: "Levántate; ¿por qué duermes, Señor? Cuando se dice que Él duerme, es que dormimos nosotros, y cuando se dice que Él se levanta, nos levantamos nosotros. También dormía el Señor en la nave, y ésta fluctuaba porque dormía Jesús. Si allí hubiera estado despierto Jesús, no hubiera zozobrado la nave. Tu nave es tu corazón; Jesús estaba en la nave, es decir, la fe en el corazón. Si te acuerdas de tu fe, no vacila tu corazón; si te olvidas de la fe, duerme Cristo; a la vista está el naufragio. Por tanto, haz lo que falta, a fin de que, si se encuentra dormido, sea despertado. Dile: Ve, Señor, que perecemos; despierta, para que increpe a los vientos y se restablezca la tranquilidad en tu corazón. Cuando Cristo, es decir, cuando tu fe vigila en tu corazón, se alejan todas las tentaciones, o a lo menos no tienen poder alguno" (Comentario al Salmo 34, s.1, 3).
Dios está deseoso de estar siempre en relación de unidad con nosotros, por nuestra parte, para que esto sea una realidad, es necesario que abramos el corazón a su gracia, a su viento vivificador; será necesario que desconfiemos de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y valores y nos fiemos de Él; será necesario que dejemos la iniciativa a Dios sobre todos los asuntos importantes de nuestra vida. El camino que Cristo ha seguido es el de la pasión, como nos es bien conocido, y este mismo camino es el camino de sus seguidores: "Siguiendo el camino de Cristo, no te prometas prosperidades del siglo. El anduvo por ásperas sendas, pero te prometió cosas grandes. Síguele. No atiendas sólo a por dónde has de ir, sino adónde has de llegar. Soportarás asperezas temporales, pero llegarás a las dulzuras eternas. Si quieres soportar el trabajo, atiende al salario... Partiendo de aquí, comencé a decir que, si amas el camino de Cristo y si eres verdaderamente cristiano, no vayas por otro camino sino por el que El fue, pues es cristiano el que no menosprecia el camino de Cristo, sino que quiere seguir la senda de Cristo a través de sus padecimientos. Parece áspera, pero ella es vereda segura; otra quizá tenga placeres, pero se halla plagada de ladrones" (Comentario al Salmo 36, s.2, 16).
El itinerario existencial agustiniano lleva consigo también una dura lucha consigo mismo: "Efectivamente, por el pecado te dividiste contra ti. Arrastras la propagación de la concupiscencia y el injerto de la muerte; tienes algo contra lo que has de luchar en ti, algo que has de descubrir en ti mismo. Pero tienes a quien invocar para que, combatiente, te ayude, y, vencedor, te corone, el cual te creó cuando no existías" (Comentario al salmo 143, 5).
El hombre es el caminante que quiere llegar a una meta, que es la patria, que es donde puede encontrar su felicidad plena y su realización como hombre; para ello debe utilizar los medios que tiene a su disposición, siendo consciente que son medios y que no puede quedarse en ellos: "Siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozar de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las espirituales y eternas" (Sobre la doctrina cristiana 1, 4, 4).
Santiago Sierra, OSA