"Testimonio de pobreza, tanto individual como colectiva"
Recordando las palabras del Apóstol: “el que no quiera trabajar, que no coma” (2 Ts 3,10), los religiosos agustinos, que tienen el voto de pobreza, no pueden eludir el trabajo; es más, deben cumplir generosamente sus deberes, especialmente los apostólicos. Y todo esto no tienen que hacerlo simplemente para lucrarse, sino para someterse humildemente a la ley común del trabajo, imitando el ejemplo de Cristo, que “vino no a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28).
Por lo demás, el sentido de vida fraterna que llevan les exige que todos se ayuden y se sirvan mutuamente, estimulados por la misma responsabilidad y solicitud hacia los Hermanos.
La Iglesia y los hombres exigen de los agustinos un testimonio de pobreza, tanto individual como colectiva. Por lo mismo, los Hermanos y las Comunidades eviten toda apariencia de lujo y lucro inmoderado; promuevan actividades especialmente entre los pobres; a saber: en las misiones, en las parroquias y en las obras sociales, de modo que reconozcan en los necesitados a Cristo pobre y se afanen en servirle.
Además, puesto que deben predicar la justicia social, sobre todo con el ejemplo, es preciso retribuir justa y generosamente a todos cuantos, mediante un contrato, trabajan con ellos.
Por último, es propio del espíritu fraterno agustiniano que las comunidades compartan unas con otras los bienes temporales, de modo que las que tienen más ayuden a las que padecen necesidad.
Los religiosos agustinos no pueden tener propiedad alguna sobre bienes o derechos temporales. Todos los bienes temporales que puedan tener consigo por cualquier título, pertenecen a la Orden, o a la comunidad donde vive. A la muerte del religioso esos bienes deben ser entregados a la Orden de San Agustín.
(Constituciones 70-72)