Acojamos al Espíritu de Dios
Próxima la fiesta de Pentecostés preparémonos para acoger el Espíritu Santo. Hablar de “espíritu” es hacer referencia a una realidad que escapa a nuestro entendimiento y comprensión. Precisamente por ser nosotros espíritu podemos conocer, entender, pensar, sentir, comprender, desear, amar, en definitiva, vivir. Sin embargo, nuestro espíritu no es capaz de comprenderse a sí mismo. Menos aún conocer y comprender el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. Cada persona es un misterio para sí misma y para los demás. Dios es el misterio por excelencia, el tres veces Santo. “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios todopoderoso, el que era, el que es y el que viene” (Ap 4, 8; cf. Is 6, 1-3).
El misterio solo puede ser acogido por la humildad de la fe y no por el orgullo de la razón. Por fe acogió María el Espíritu y concibió al Hijo de Dios: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios." (Lc 1, 35, cf. Mt 1, 20;). Jesús, el Dios con nosotros, es el Dios humilde: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor». (Lc 4,18s.). Juan Bautista lo ratifica: “He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios.” (Jn 1, 32-34). Pedro en su predicación presenta a “Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él." (Hch 10, 38). Ahora Jesús continua su obra de salvación entre nosotros por medio de su Espíritu en la Iglesia: “Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». (Mt 28,18-20).
El Espíritu que cubrió a María, el Espíritu de Jesús y el Espíritu Santo que reciben los apóstoles es Dios mismo presente y activo en el ser humano. ¿Cómo sabemos si Dios está presente y actúa en nosotros por medio de su Espíritu? Responde San Agustín: “Es la caridad la que produce nuestra semejanza con Dios; y así, conformados y como sellados con el sello de la divina semejanza y segregados o separados del mundo, no volvamos a mezclamos jamás con las criaturas, que deben ser siempre nuestras esclavas. Esto es obra únicamente del Espíritu Santo. La esperanza nunca se frustra, dice San Pablo, pues la caridad de Dios se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha comunicado (Rm 5,5).” (De las costumbres de la Iglesia católica y de las costumbres de los maniqueos. I, 13, 23). El amor caridad, es el signo de la presencia del Espíritu Santo en nuestra vida.
Y ¿cómo podemos acogerlo en nuestro corazón? También Agustín nos da la respuesta: “Si queréis poseer el Espíritu Santo, prestad atención, hermanos míos. Nuestro espíritu, gracias al cual vive todo hombre, se llama alma, y ya veis cuál es la función del alma respecto al cuerpo. Da vigor a todos los miembros; ella ve por los ojos, oye por los oídos, huele por las narices, habla por la lengua, obra mediante las manos y camina mediante los pies; está presente en todos los miembros al mismo tiempo para mantenerlos en vida; da vida a todos y a cada uno su función. No oye el ojo, ni ve el oído ni la lengua, ni habla el oído o el ojo; pero, con todo, viven: vive el oído, vive la lengua: son diversas las funciones, pero una misma la vida. Así es la Iglesia de Dios: en unos santos hace milagros, en otros proclama la verdad, en otros guarda la virginidad, en otros la castidad conyugal; en unos una cosa y en otros otra; cada uno realiza su función propia, pero todos viven la misma vida. Lo que es el alma respecto al cuerpo del hombre, eso mismo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo que es la Iglesia (Cf Col 1,18). El Espíritu Santo obra en la Iglesia lo mismo que el alma en todos los miembros de un único cuerpo. Mas ved de qué debéis guardaros, qué tenéis que cumplir y qué habéis de temer. Acontece que en un cuerpo humano, mejor, de un cuerpo humano, hay que amputar un miembro: la mano, un dedo, un pie. ¿Acaso el alma va tras el miembro cortado? Mientras estaba en el cuerpo, vivía; una vez cortado, perdió la vida. De idéntica manera, el hombre cristiano es católico mientras vive en el cuerpo; hacerse hereje equivale a ser amputado, y el espíritu no sigue a un miembro amputado. Por tanto, si queréis recibir la vida del Espíritu Santo, conservad la caridad, amad la verdad y desead la unidad para llegar a la eternidad. Amén. (Sermón 267, 4).
El último informe sobre la Iglesia española de la Conferencia Episcopal ha mostrado un gran descenso de la participación de los españoles en los sacramentos, desde el bautismo a la unción de los enfermos. Difícilmente podremos acoger el Espíritu Santo en nuestra vida si nos alejamos de la Iglesia, templo del Espíritu Santo.
Pedro Luis Morais Antón, agustino.