Reflexión agustiniana

Escrito el 02/07/2022
Agustinos


La grandeza del hombre

Con mucha frecuencia Agustín nos ilustra en torno a la grandeza del ser humano, nos presenta sus realizaciones para dominar la tierra, el mar y los animales, pero nos resalta más y mejor su grandeza también en sí mismo, grandeza que dimana de que somos de Dios, nos posee y de Él recibimos nuestras capacidades: “Lo que alabo en el Señor es lo que me da el Señor mismo. Aunque quebradizo, soy vaso suyo. Recibo en la medida de mi capacidad, comunico sin envidia lo que recibo. Supla él en vuestros corazones lo que yo haga de menos, porque aun lo que obro en vuestros oídos, ¿qué es si él no lo actúa en vuestros corazones?” (Sermón 48, 1).

El ser humano ha sido dotado de una capacidad especial, hasta el punto de que puede entrar en relación con Dios y esto le da una dignidad notable: “No hubiéramos sido capaces de recibirle. Luego para que de algún modo pudiéramos recibir a Aquel que no puede ser recibido por los mortales, se hizo mortal el inmortal; de suerte que, llevada a cabo su muerte, nos hizo inmortales y nos dio algo digno de ser contemplado, algo digno de ser creído y algo digno de ser visto después” (Comentario al salmo 109, 12). Además la imagen de Dios, que tenemos gravada en nuestro ser, no se puede borrar, porque el ser humano es capaz de Dios y puede contemplar y participar de Dios: “Dijimos ya que, aun rota nuestra comunicación con Dios, degradada y deforme, permanecía imagen de Dios. Es su imagen en cuanto es capaz de Dios y puede participar de Dios; y este bien tan excelso no pudiera conseguirlo si no fuera imagen de Dios” (Trinidad 14, 8, 11).

Es por la inteligencia por la nos distinguimos de los demás seres, pero esto significa también vivir de una manera adecuada a tal inteligencia, es decir, vivir inteligentemente, ya desde el comienzo. Desde esta dinámica será necesario esforzarse por ser hombres buenos, que regeneren o dejen que se regenere en ellos, la imagen de Dios: “Así, aunque la inteligencia o razón parezca ahora corno adormecida en ella, ya se manifieste pequeña, ya grande, el alma humana siempre es racional e intelectiva; y por esto, si ha sido creada a imagen de Dios en cuanto puede usar de su razón e inteligencia para conocer y contemplar a Dios, es evidente que, desde el momento que a existir empezó esta excelsa y maravillosa naturaleza, ya esté tan envejecida que apenas sea imagen, ya se encuentre entenebrecida y desfigurada, ya nítida y bella, jamás dejará de existir… Aunque su naturaleza es excelsa, pudo, no obstante, ser viciada, porque no es suprema; y aunque pudo ser viciada, porque no es suprema, con todo, es su naturaleza sublime, pues es capaz y puede ser partícipe de una gran naturaleza” (La Trinidad 14, 4, 6).

Santiago Sierra, OSA