Reflexión agustiniana

Escrito el 01/10/2022
Agustinos


El camino de la vida

“Levántate y caminemos” es el lema agustino de este curso escolar. En casi todas las grandes religiones la metáfora de caminar o peregrinar representa el itinerario vital de las personas. Es siempre una invitación a salir de la zona de confort para alcanzar una meta guiados por la fe o confianza en la divinidad.

La cultura occidental fundamentada en la tradición religiosa monoteísta comienza con el viaje de Abraham “padre de la fe” para las tres grandes religiones judaísmo, cristianismo e islamismo. Abraham es invitado a salir de la casa paterna e iniciar una peregrinación por medio de la cual irá descubriendo la voluntad de Dios en cada momento de su vida hasta alcanzar la meta, la tierra prometida.

Cuando emprendemos un largo viaje solemos hacer etapas hasta alcanzar la meta deseada. Paisajes y personas diferentes vamos encontrando en el camino. Alguna etapa nos gusta hacerla en compañía para que la peregrinación sea más animada y alegre; otros momentos preferimos la soledad para contemplar el paisaje y tomar conciencia de la realidad que nos rodea; en alguna etapa necesitamos la ayuda de otros peregrinos que nos socorran y orienten para levantarnos y seguir caminando.

Agustín es muy consciente de esta realidad y nos ha dejado su testimonio en sus escritos y sermones al pueblo de Dios. Claro ejemplo de ello, son sus Confesiones en las cuales narra su personal peregrinación desde la belleza del mundo hasta el descanso en la Belleza. Escribe Agustín: “¡Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva; tarde te amé! He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando; y deforme como era, me lanzaba sobre las bellezas de tus criaturas. Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Me retenían alejado de ti aquellas realidades que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abrasé en tu paz.” (Confesiones X, 27, 38).

Como pastor, San Agustín acompaña a sus fieles y los anima en el camino hacia la patria definitiva. Y, cuando esto hace, no piensa solo en los fieles de Hipona, sino todos aquellos que a lo largo de los años hemos leídos sus memorias: “Que yo confiese esto, -dice San Agustín- no solamente delante de ti con secreta alegría mezclada de temor y con secreta tristeza mezclada de esperanza, sino también en los oídos de los creyentes hijos de los hombres, compañeros de mi gozo y consortes de mi mortalidad, ciudadanos míos y peregrinos conmigo, anteriores y posteriores y compañeros de mi vida.” (Confesiones X, 4, 6).

Todo cambio de época trae tiempos complicados; a nosotros nos toca vivir estos influidos por la decadencia de la cultura occidental; pero también Agustín tuvo que sufrir las postrimerías del imperio romano de occidente y ayudó a gestar los nuevos tiempos de la historia con su vida, doctrina e influencia. No solo la sociedad, también la Iglesia sufre por los ataques externos y las crisis internas. San Agustín fue desde su conversión el gran defensor de la Iglesia, porque la experimento como el camino hacia Dios. Agustín vive la Iglesia, como la encarnación actualizada de Cristo en su tiempo, como el Camino por el que peregrinamos de Cristo hombre al Cristo Dios meta de nuestra vida: “Estando, así las cosas, hermanos, aún somos peregrinos en esta vida, aún suspiramos, mediante la fe, por aquella no sé qué patria. Y ¿por qué hablo de no sé qué patria, a pesar de ser ciudadanos de ella, sino porque, peregrinando muy lejos, la hemos olvidado, hasta el punto de poder hablar como yo lo he hecho? Este olvido lo expulsa del corazón Cristo el Señor, el rey de la misma patria, viniendo a encontrar a los peregrinos; tomando la carne, su divinidad se convierte para nosotros en camino para que caminemos por Cristo hombre y permanezcamos en Cristo Dios.(Sermón 362, 4).

Si deseamos llegar a Dios y permanecer en la meta debemos unirnos al Cuerpo “para que haya un solo Cristo que baja y sube. Bajo la Cabeza y sube con el Cuerpo, pues se vistió de la Iglesia, que se presentó a sí mismo sin mancha ni arruga. Luego sólo Él sube. Pero también nosotros, cuando de tal modo estamos en Él, que somos sus miembros en Él, pues entonces es uno con nosotros; y de tal manera uno, que siempre es uno. La unidad nos entrelaza al uno, y así únicamente no suben con Él los que no quieren ser uno con Él.” (Comentario a los salmos 122, 1).

Levántate y caminemos en su Iglesia. Iglesia que muchas veces parece sucia y deforme en sus miembros ocultando el rostro de Cristo, pero que es el cuerpo donde actúa su Espíritu. Por eso, Agustín invita siempre a caminar, a no desfallecer en la peregrinación a pesar de las caídas, desánimo y dificultades. “Preguntáis: «¿Qué significa caminar?» Os respondo en pocas palabras: «Avanzar, no sea que por no entenderlo caminéis con mayor pereza». Avanzad, hermanos míos; examinaos continuamente sin engañaros, sin adularos ni pasaros la mano. Nadie hay contigo en tu interior ante el que te avergüences o te jactes. Allí hay alguien, pero uno al que le agrada la humildad; sea él quien te ponga a prueba. Ponte a prueba también tú mismo. Te desagrade siempre lo que eres si quieres llegar a lo que aún no eres, pues donde hallaste complacencia en ti, allí te quedaste. Mas si has dicho: ‘Es suficiente’, también pereciste. Añade siempre algo, camina continuamente, avanza sin parar; no te pares en el camino, no retrocedas, no te desvíes. Quien no avanza, queda parado; quien vuelve a las cosas de las que se había alejado, retrocede; quien apostata, se desvía. Mejor va un cojo por el camino que un corredor fuera de él.” (Sermón 169, 18).

Pedro Luis Morais Antón, OSA