Domingo XXVII T.O. 2 de octubre de 2022
Lc 17, 5-10
Tenían que pasar de esta fe en la que se sirve a Dios a aquella en que gocen de Dios.
Hoy en el evangelio Jesús nos habla de cómo tenemos que aumentar nuestra fe. Cuando los discípulos le piden que les aumente la fe, Jesús nos dice cómo: “servir a Dios como siervos inútiles”, sintiéndonos pequeños, pero acompañados de su amor.
San Agustín nos explica que primero tenemos que partir de la fe en Dios, fe que comienza con la predicación de los creyentes, pero que no se puede quedar allí, sino que tiene que llegar hasta vivir en la presencia de Dios, en gozar de su amor y su presencia. Sirvamos a su Palabra para que podamos gozar de ella.
Al existir muchas personas que comprenden aquella fe en la verdad, se puede sacar la impresión de que nuestro Señor no dio respuesta a la demanda de sus discípulos. Pues, habiéndole dicho al Señor: Auméntanos la fe, su réplica fue: Si tuvierais fe del tamaño de un granito de mostaza, le diríais a esa morera: arráncate y trasplántate en el mar y os obedecería. Y continúa diciendo: ¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y cuando regresa del campo le dice: pasa al momento y ponte a la mesa? ¿No le dirá, más bien, prepárame algo de cenar y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido yo, y después comerás y beberás tú? ¿Es que tiene que estarle agradecido al siervo porque hizo lo que le había mandado? Creo que no. De igual manera, vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid también: somos siervos inútiles; hemos hecho lo que teníamos que hacer. Es difícil percibir qué relación guardan estas palabras con lo que se dijo al Señor: Señor, auméntanos la fe, si no las entendemos referidas al de fe en fe, es decir, significando que tenían que pasar de esta fe en la que se sirve a Dios a aquella en que gocen de Dios. Pues la fe se aumentará cuando se crea, en primer lugar, en las palabras de quienes la predican, y luego en las realidades ya manifiestas. Pero aquella contemplación comporta el sumo descanso, que se otorga en el reino de Dios; por otra parte, ese descanso supremo es premio de las fatigas sufridas por servir a la justicia, vinculadas al servicio a la Iglesia.
A esto se refiere también lo que les respondió previamente sobre el grano de mostaza: que, en primer lugar, deberían contar con la fe necesaria a la vida presente, fe que parece pequeñísima mientras guardamos el tesoro en vasijas de barro, pero que bulle con gran vigor y acaba por germinar. Nuestro Señor Jesucristo, que quiere apacentarse a base del ministerio de sus siervos, los alimenta aquí con la palabra de la fe y con el misterio de su pasión. No vino a ser servido, sino a servir. Que aquellos siervos, pues, por conducto del grano de mostaza le digan a esta morera, es decir, al mismísimo evangelio de la cruz del Señor, con sus frutos sangrantes a modo de heridas que penden del madero, que han de dar alimento a los pueblos; díganle, repito, que se arranque de raíz de en medio de la infidelidad de los judíos y se trasfiera y trasplante en el mar de los gentiles. Con este servicio doméstico prestarán ayuda y asistencia al Señor hambriento y sediento.
(Cuestiones sobre los evangelios II, 39, 2-3)