LEVÁNTATE Y ANDA
Ponernos en camino y avanzar con paso firme es nuestro primer deber como hombres y cristianos, porque no tenemos aquí la patria permanente y estamos de paso, como peregrinos. Por eso no ha de sorprendernos que Agustín nos invite a hacer esta experiencia del camino, nos dice: “¡Levántate y anda! Anda con la conducta, no con los pies. Muchos andan bien con los pies y mal con la conducta. Y aún los hay que andan bien, pero fuera de camino. Hombres hallarás, en efecto, de vida regulada, y no son cristianos. Corren bien, mas no por el camino, y cuanto más andan, más se extravían, pues se alejan más del Camino. Si estos hombres entran en el Camino y lo siguen, ¡cuánta seguridad hay! Porque andan bien y no yerran. Cuando, al revés, no siguen el Camino, ¡qué lástima dan, por bien que anden! Preferible, sin duda, es ir por el camino aun cojeando, a ir bravamente fuera de camino” (Sermón 141,4).
El concepto de peregrinación y el hecho de vivir en camino es sumamente importante para Agustín y tiene repercusiones en su obra. Como viaje de peregrino hasta el descanso en Dios visto como patria interpreta en las Confesiones su propia historia; como peregrinación presenta también, en La Ciudad de Dios, la historia de la humanidad. Es más, es posible presentar su vida como peregrinación tanto en el orden físico como en el espiritual. De hecho, su vida es la historia de una inquietud que busca, porque “nos has hecho para ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones 1, 1, 1). La patria que siempre buscó, aunque la de distintos nombres es siempre Dios, aunque no siempre la conciencia de ello sea viva, él es un buscador de la Verdad, verdad que no es otra cosa que patria de nuestra imagen, de Dios.
Para Agustín el cristiano es un peregrino que camina a lo largo de su vida hacia Jerusalén, que es la patria verdadera. Por el pecado está lejos de la patria y debe caminar sin olvidar su ciudadanía: “El hombre es ciudadano de Jerusalén; pero vendido al pecado, se hizo peregrino” (Comentario al salmo 125, 3). Agustín ha experimentado la caída, la dificultad y el ocultamiento de la verdad, se ha equivocado y optado por lo falso, aunque con buena voluntad, de hecho, él declara que fue lógica la opción que hizo en su juventud entusiasmándose con el maniqueísmo: “¿Quién no se hubiera sentido atraído por tales promesas, particularmente un joven ansioso de verdad, orgulloso y de fácil y elegante palabra, formado para la disputa en la escuela de algunos hombres doctos? Así me encontraron, despreciando lo que creía cuentos de niños y deseando apropiarme y beber la verdad nítida y clara prometida por ellos” (Utilidad de la fe 1, 2). Agustín reconoce haber sido ante todo incauto. Lo cierto es que él, lleno de ilusión y entusiasmo, eligió a los maniqueos, y con ello abandonó la religión en la que había sido educado.
Santiago Sierra, OSA