“En el principio era la Verdad”
Acabadas las vacaciones de la vendimia del otoño del 387, san Agustín tomó definitivamente la decisión de abandonar su actividad profesional. Liberado de la tarea docente, se retiró a «Casiciaco», finca rústica á pocos km. de Milán que el amigo Verecundo había puesto a disposición de él y de sus acompañantes. De estos, unos eran familiares, como su madre Mónica, su hermano Navigio, el hijo Adeodato y sus parientes Lastidiano y Rústico; otros eran amigos como Alipio o alumnos, como Licencio y Trigecio.
En ella pasaron unos meses hasta que llegó el tiempo de regresar a Milán para asistir a la catequesis, impartida por el obispo san Ambrosio, y demás ritos preparatorios para la recepción del bautismo en la siguiente Vigilia Pascual. Durante ese tiempo, el grupo, en un clima de cálida cercanía personal, se entregó a diversas actividades: oración, estudio de autores clásicos latinos, lectura de la Escritura, trabajo manual y diálogos filosóficos enmarcados en la tradición clásica, sin duda lo más conocido de este «retiro».
Conocemos el contenido de dichos diálogos por los tres libros llamados precisamente «diálogos de Casiciaco», a saber: Sobre los escépticos, Sobre la vida feliz, Sobre el orden. Conviene no olvidar, sin embargo, que fueron retocados por san Agustín antes de ser publicados.
No es mi intención hacer una presentación, siquiera breve, del contenido de cada uno de ellos. Me limito a llamar la atención sobre este hecho: la primera obra o, más exactamente, el primer tema de diálogo, versó sobre el escepticismo, planteamiento filosófico que negaba, con distintos matices, que el hombre pudiera tener acceso a la verdad.
La explicación del dato quizá este menos en discusiones teóricas que en su propia vida. Agustín había crecido en la fe católica de que le había imbuido su madre. En determinado momento, los maniqueos le convencieron de que la Iglesia presentaba como verdades cosas inaceptables sobre Dios y sobre la moral. Más tarde, como consecuencia de su reflexión y de sus lecturas mismo le entraron serias dudas sobre si no eran precisamente los maniqueos quienes decían barbaridades. Como consecuencia de ello, sucumbió el mismo al escepticismo, como revelan estas palabras suyas: “Así, dudando de todas las cosas y fluctuando entre todas, determiné abandonar a los maniqueos juzgando que, durante el tiempo de mi duda, no debía permanecer en aquella secta” (Conf. 5,14,25).
La vuelta a la fe católica suponía la superación, a nivel existencial, de esas dudas. De hecho el cambio radical que tomó su vida y las exigencias que conllevaba, reclaman la certeza de haber atracado en el puerto seguro de la verdad.
Pero la certeza es una convicción subjetiva no que implica necesariamente posesión de la verdad objetiva; de hecho, mientras la certeza no es compartible, la verdad sí. Cabe, pues dentro de la lógica que se preguntara si su nueva situación tenía el sólido fundamento de la verdad y no el movedizo de la creencia. Pero antes de responderse a esa pregunta debía responder a otra: ¿tiene el hombre acceso a la verdad? ¿No tiene cerrado el paso a ella? Tal es el tema del primer diálogo de Casiciaco.
Pío de Luis, OSA