Luz
“Ahora bien, ¿qué composición literaria podría reflejar dignamente la belleza y utilidad de las demás criaturas que otorgó la prodigalidad divina para recreo y provecho del hombre, aunque arrojado y condenado a estos trabajos y miserias? Harto brilla y resplandece en la fúlgida y variada hermosura del cielo, la tierra y el mar; en las frondosidades de los bosques, los colores y aromas de las flores; en la multitud y diversidad de parleras y pintadas aves; en la multiforme hermosura de tantos y tan grandes animales, de los cuales suscitan mayor admiración los que son más pequeños (más nos sorprendemos ante las obras de las hormigas y las abejas que ante los desmesurados cuerpos de las ballenas); en el espectáculo grandioso del mismo mar, cuando se nos presenta engalanado de diversos colores como otros tantos vestidos, y ya aparece verde con mil matices, ya purpúreo, ya azulado…” (La Ciudad de Dios, XXII, 24, 5).
I
Dicen que la luz fue hecha
por orden tajante, certera, clarísima, pensada,
pronunciada con color cálido
en la profundidad oscura del silencio.
Dicen que fue hecha la luz
para ser aposento de las flores,
idilio de colores conjuntados en arco álabe
de policromía multicolor,
para ser diadema radiante de cielos
índigos purísimos.
Dicen que la luz raseó el fondo pando de los valles,
abrazó el perfume de las flores,
grabó en cristal las aguas de los ríos y los mares,
y orientó el vuelo de las aves raudas y curiosas
por descubrir nuevos horizontes.
La luz iluminó los ojos de fieras bravas
y de animales mansos.
La luz dio forma al caos.
La luz mantuvo callados los sonidos
en orden reverente inconfundible.
La luz besó luminosamente
la frente silente del ser humano,
vigilante atento al orden cósmico
y descuidado de su propio cuidado.
Nazario Lucas Alonso