Caminando juntos
Agustín es consciente que es Dios mismo el que nos levanta, pero siempre tenemos que preparar el corazón y la mente para levantarnos también nosotros. Para él esto es así incluso cuando le decimos: “Levántate, Señor”, esto es, haz que nos levantemos” (Comentario al salmo 6, 1). Pero nos levantamos para caminar y caminar juntos. Posiblemente esta sea la lección más importante que Agustín aprendió en su propia conversión y esta es la realidad que ha querido plasmar en su vida de convertido. La interpretación literaria de su historia de conversión, está reflejada en el bello pasaje de sus Confesiones: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! He aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed, me tocaste, y me abrasé en tu paz” (Confesiones 10, 27, 38). La conversión consistió, por tanto, en disfrutar de la belleza, en abandonar los viejos caminos y sus encantos y dejarse fascinar por el encanto de Dios y vivir desde ese momento encantado. En el nuevo camino ya no se puede ir solo, ha de recorrerse en compañía, de hecho, con él entraron en ese camino, al principio, el amigo Alipio y el hijo Adeodato, en él ya estaba Mónica y poco a poco se fueron uniendo otros muchos. El mismo Agustín se convirtió en guíe hacia el camino y en el camino y hoy sigue ejerciendo este oficio y, regresando a Tagaste, actuó el proyecto que llevaba en la mente: caminar íntimamente asociado a los amigos que le acompañaban en peregrinación conjunta: “Acontece muchas veces que quien peregrina separado de ti por el cuerpo, está unido a ti, porque ama lo que tú amas; y sucede también otras tantas que aquel que está junto a ti, está unido a ti, porque ama lo que tú amas; y, por fin, ocurre también no pocas que alguno, estando junto a ti, se halla distante de ti, porque él ama el mundo y tú amas a Dios” (Comentario al salmo 55, 2). Como podemos comprobar es cuestión del amor, el amor es la clave para entender el estar juntos y el caminar juntos.
La ciencia de caminar juntos consiste en estar atentos a cada uno y adaptar siempre el paso a los más lentos: “Pero si ellos son más veloces, adviertan que hacen su camino en compañía de otros más lentos. Cuando dos van juntos por un único camino, de los cuales uno camina más rápido y el otro más lento, depende del más veloz ir a la par con el más lento, no del más lento, porque si el más veloz quisiera mantener su propio ritmo, el más lento no lo seguiría. Es necesario, pues, que el más veloz frene su velocidad y no deje atrás al compañero más lento” (Comentario al salmo 90, 2, 1).
Mientras se camina, hay que poner la mirada en la meta y desearla, es necesario levantarse y caminar hacia la ciudad de Dios: “Poned ahora vuestra mirada en la ciudad de la confusión para que comprendáis la de la visión de la paz. Soportad aquella, suspirad por esta” (Comentario al salmo 64, 2). El peregrino debe de ser paciente y no echar raíces en este suelo porque no tiene en esta tierra una morada definitiva, es decir, debe recordar que es extranjero en este mundo: “Si ve que es ciudadano de Jerusalén, tolere esta cautividad y espere la libertad” (Comentario al salmo 64, 2).
Santiago Sierra, OSA