Reflexión agustiniana

Escrito el 10/12/2022
Agustinos


Caminando cantemos

El peregrino alimenta la esperanza, se mantiene alegre y canta a Dios en su corazón: “¿Pero aun estás aquí, en Babilonia? Aquí estoy, dice este amador y ciudadano. Aquí estoy con la carne, mas no con el corazón en donde canto. Los ciudadanos de Babilonia oyen cantar a la carne, pero el sonido del corazón solo lo oye el Fundador de Jerusalén” (Comentario al salmo 64, 3). Es decir, aunque seas peregrino puedes ya degustar de manera anticipada la vida del reino de Dios y desear con más ímpetu los bienes celestes. Este anhelo, este deseo ardiente le hace vivir con Dios en esperanza y cantar en medio de la confusión, cantar un cántico nuevo. Por la esperanza el peregrino tiene un firme sustento que le asegura que podrá perseverar pues está enraizado en Dios. Agustín nos invita a caminar siendo hombres nuevos y cantando las nuevas canciones, los cantos de amor: “Caminad por el camino con todos los pueblos; caminad por el camino; cantad mientras camináis. Es lo que hacen los caminantes para aliviar la fatiga. Cantad vosotros en este camino; os lo ruego por el camino mismo, cantad al caminar por este camino: cantad el cántico nuevo; nadie cante en él cánticos antiguos; cantad cantos de amor a vuestra patria; que nadie cante cánticos antiguos. Nuevo es el camino, nuevo el caminante: sea nuevo el cántico. Escucha al Apóstol que te exhorta a cantar el cántico nuevo: Si, pues en Cristo hay una criatura nueva, lo viejo ha pasado; todo ha sido hecho nuevo. Cantad el cántico nuevo mientras camináis por el camino que habéis conocido en la tierra” (Comentario al salmo 66, 6).

Nuestro camino no se improvisa ni es anónimo, tiene nombre, es el mismo rey de la ciudad hacia la que nos encaminamos. Esto no quiere decir que el camino sea fácil, tiene sus dificultades y trampas, tiene sus curvas y ocultamientos, pero, no obstante, tenemos la garantía de que nuestro camino busca él mismo a los caminantes: “Como no se hallaba el camino hacia ella, al estar obstruido por matorrales y zarzas, el rey de la ciudad se hizo camino para que llegáramos a ella. Caminando, pues, por el camino que es Cristo, siendo aún exiliados hasta que lleguemos, haciéndonos suspirar el deseo de cierto descanso inefable asociado a esa ciudad, descanso en relación con el cual se nos ha prometido lo que ni ojo ha visto, ni oído ha oído ni ha subido al corazón del hombre; caminando, pues, cantemos para acrecentar nuestro deseo. De hecho, quien desea, aunque calle su lengua, canta con el corazón; en cambio, quien no desea es mudo ante Dios” (Comentario al salmo 86, 1). Con aplomo Agustín nos indica cómo superar toda trampa del camino: “Los hombres que caminan en Cristo caminan lejos de esas trampas, pues no se atreve a poner la trampa en Cristo; la pone al lado del camino, pero no en el camino. Sea Cristo tu camino, y no caerás en la trampa del diablo. Quien se aparta del camino tiene la trampa en el mismo hecho de apartarse de él” (Comentario al salmo 90, 1, 4).

En este ambiente de peregrinación, de camino gozoso, se nos promete el espectáculo de Dios mismo: “Se nos promete un gran espectáculo: el mismo Dios, que creó la ciudad. Hermosa y bella es la ciudad que tiene como cosa más hermosa que ella misma al Creador” (Comentario al salmo 64, 3). Evidentemente los espectadores de este mundo, que también abundan, no tiene nada que ver son los espectadores de Dios: “Se llamó Jerusalén porque es visión de paz, y Sión por ser contemplación. Ved si estos nombres significan otra cosa fuera de espectáculo. No crean los gentiles que ellos tienen espectáculos y que nosotros carecemos de ellos” (Comentario al salmo 147, 8). Los gentiles piensan que sus espectáculos son un gran bien y desprecian a los que no gozan de ellos, como diciéndoles, no sabéis lo que os perdéis: “Al ver pasar a los siervos de Dios, a quienes conocen por el porte externo del vestido o de la cabeza o por el pudor, dicen dentro de sí: ¡Oh desdichados, qué cosa se pierden!” (Comentario al salmo 147, 8). El gran espectáculo es el de Dios, que es la gran contemplación donde se alabará a Dios, viéndole y amándole: “Ved a qué Jerusalén se exhorta a que alabe, o mejor dicho, a cuál presiente que ha de alabar” (Comentario 147, 8). Es la misma hermosura de Dios el gran espectáculo y sólo se puede gozar de él en la patria, en la visión de la paz.

Santiago Sierra, OSA