Domingo con San Agustín

Escrito el 29/01/2023
Agustinos


Domingo IV del tiempo ordinario 29 de enero de 2023

Mt 5, 1-12a

¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: «Vas a ser feliz»?

En este domingo leemos el evangelio de las bienaventuranzas, precioso texto donde vemos el espíritu que mueve a Jesús en toda su vida terrena. Y es lo que nos pide que vivamos también nosotros. Que vivamos viviendo como pobres, para ayudar a los hermanos más necesitados; que sintamos el dolor de los demás, llorando sus tristezas; que seamos mansos, no dejando que lo material sea lo más importante en nuestras vidas; que sepamos ver el mundo con los ojos de Dios, para tener el corazón limpio; que seamos constructores de paz…

Es imposible encontrar a alguien que no desee ser feliz. Pero ¡ojalá que los hombres, que tan vivamente desean la recompensa, no rehúsen la tarea que conduce a ella! ¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: «Vas a ser feliz»? Pero escuche también de buen grado cuando se le dice: «Si haces esto». Si se ama el premio, no se rehúya el combate; antes bien, enardézcase el ánimo a ejecutar gozosamente la tarea a la vista de la recompensa que se le garantiza. Lo que queremos, lo que deseamos, lo que pedimos vendrá después; lo que se nos manda realizar en función de lo que vendrá después, hágase ahora. Comienza, pues, a traer a la memoria los dichos divinos, tanto los preceptos como los galardones evangélicos. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El reino de los cielos será tuyo más tarde; ahora sé pobre de espíritu. ¿Quieres que más tarde sea tuyo el reino de los cielos? Considera de quién eres tú ahora. Sé pobre de espíritu. Quizá quieras saber de mí qué significa ser pobre de espíritu. Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado.

Atiende a lo que sigue: Bienaventurados —dice— los mansos, porque ellos poseerán la tierra en herencia. ¿Quieres poseer ya la tierra? ¡Cuida de que no te posea ella a ti! La poseerás si eres manso; de lo contrario, te poseerá ella. Al escuchar el premio que se te propone —la posesión de la tierra— no abras el regazo a la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido incluso cualquier vecino tuyo. No te engañe tal pensamiento. Poseerás en verdad la tierra cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra. En esto consiste ser manso: en no poner resistencia a Dios, de manera que en el bien que haces sea él quien te agrade, no tú mismo; y en el mal que justamente sufras no te desagrade él, sino tú mismo. No es poco agradarle a él desagradándote a ti mismo, pues le desagradarías a él agradándote a ti.

Presta atención al tercer punto: Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. En el llanto está la tarea, en el consuelo la recompensa. ¿Qué consuelos reciben, en efecto, quienes lloran por motivos terrenos? Consuelos molestos y llenos de temor. El que llora encuentra consuelo allí donde teme volver a llorar. Un ejemplo: a un padre le causa tristeza el hijo conducido al sepulcro, y alegría el hijo nacido; condujo a la sepultura a aquél, recibió a éste; el primero le produce tristeza, el segundo temor; en ninguno, por tanto, encuentra consuelo. Por tanto, el verdadero consuelo será aquel por el que se da lo que nunca se pierde, de modo que quienes ahora lloran por ser forasteros, gocen luego al ser consolados.

Pon atención a lo que sigue: Bienaventurados los misericordiosos, porque de ellos tendrá Dios misericordia. Hazla, y se te hará; hazla tú con otro para que se haga contigo. Pues abundas y escaseas: abundas en cosas temporales, escaseas en las eternas. Oyes que un mendigo te pide algo; tú mismo eres mendigo de Dios. Te piden, y pides. Lo que hagas con quien te pide a ti, eso mismo hará Dios con quien le pide a él. Estás lleno y estás vacío; llena de tu plenitud el vacío del pobre para que tu vaciedad se llene de la plenitud de Dios.

(Sermón 53, 1-3.5)