Domingo con San Agustín

Escrito el 12/02/2023
Agustinos


Domingo VI del tiempo ordinario 12 de febrero de 2023

Mt 5, 17-37

Dios te busca a ti más que a tu ofrenda.

Hoy el evangelio nos habla de la corrección fraterna. Un tema complicado de poder realizar porque muchas veces el querer corregir al otro, no lo hacemos buscando su bien, sino por nosotros. Por eso, San Agustín nos recuerda que, al pecar contra el hermano, pecamos contra Dios porque todos somos hermanos en Él.  Por eso, cuando nos presentamos ante Dios, somos más importante nosotros que nuestra ofrenda. Dios nos busca a nosotros, nos preciosos para Él. Corrijamos al otro, sí. Pero, sobre todo, corrijámonos a nosotros mismos y nuestros intereses cuando queremos ayudar al otro.

Debemos corregir con amor: no deseando dañar, sino buscando la enmienda. Si somos así, cumplimos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano peca contra ti, corrígele a solas¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra ti? En ningún modo. Si lo haces por amor a ti mismo, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, tu acción es muy buena. Advierte, además, en el mismo texto qué amor ha de impulsar tu acción: si el amor a ti mismo, o el amor al hermano. Si te escucha —dice— has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si con tu acción lo ganas, en el caso de no haber actuado tú, habría perecido. ¿Cuál es la razón por la que la mayor parte de los hombres desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de extraordinario? Solo he pecado contra un hombre». No los desprecies. Has pecado contra un hombre; ¿quieres saber que, pecando contra un hombre, has perecido? Si aquel contra quien pecaste te hubiera corregido a solas y lo hubieras escuchado, te habría recuperado. ¿Qué quiere decir «te habría recuperado», sino que habrías perecido si no te hubiera recuperado? Pues, si no habías perecido, ¿cómo es que te recuperó? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el hermano. En efecto, dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y golpeáis su débil conciencia pecáis contra Cristo, precisamente porque todos nos hemos convertido en miembros de Cristo. ¿Cómo no pecas contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?

Así, pues, que nadie diga: «No he pecado contra Dios, sino contra un hermano; he pecado contra un hombre. Es pecado leve o inexistente». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Has pecado contra tu hermano; repara el mal y quedas sano. Pronto cometiste la acción mortífera, pero pronto has encontrado el remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el Evangelio: Quien llame a su hermano «imbécil» será reo del fuego del castigo eterno? ¡Palabras que infunden pánico! Pero advierte ahí mismo el remedio: Si presentas tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar. 

Dios no se aíra porque difieras presentar tu ofrenda; Dios te busca a ti más que a tu ofrenda. Pues si te presentas con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te responderá: «Tú has perecido, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda, pero tú mismo no eres ofrenda para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu granero. Por tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano, y así, al volver, presentas tu ofrenda. Mira cuán pronto se eliminó la culpa que lleva a la gehena. Antes de reconciliarte, eras reo del castigo eterno; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.

Sermón 82, 4-5