Reflexión agustiniana

Escrito el 11/02/2023
Agustinos


Un genio = ingenio + trabajo

Es san Agustín mismo quien nos invita a leer sus obras en el orden en que fueron escritas. Él  también da la razón: porque «escribía a medida que progresaba y progresaba a medida que escribía».

De la verdad de esta confesión se pueden aducir dos pruebas, ambas interesantes. La primera, las obras que no concluyó; la segunda, la obra que lleva por título Retractaciones.

Fueron diversas las obras que, de hecho, interrumpió. Ahora bien, que un autor detenga la composición de una obra puede deberse a distintos motivos, como los siguientes: a que sus intereses han pasado a ser otros, a que se siente incapacitado para seguir con el proyecto inicial, a que se da una pausa para clarificar ideas y, por supuesto, a la indeseada visita de la muerte. Todos ellos se dan en san Agustín.

En mi anterior colaboración hablaba de la obra titulada Soliloquios. Nos ha llegado en dos «libros», pero el santo tenía intención de escribir un tercero, que dejó en el tintero, aunque llegó a escribir como un boceto del mismo titulado La inmortalidad del alma que, contra su voluntad, ha llegado hasta nosotros. En esta categoría de obras no terminadas hay que añadir diversos textos de filosofía. Poco después de su conversión decidió escribir un manual de cada una de las entonces llamadas «Disciplinas liberales». De las siete, solo concluyó el correspondiente a la Música y a la Gramática; de los cinco restantes, se limitó a escribir unas breves notas, como guion que requería un desarrollo posterior, que nunca llevó a término. La renuncia a estos proyectos se puede entender debida a un cambio de intereses. El Agustín ya bautizado fue aparcando progresivamente sus preocupaciones prevalentemente filosóficas y –a medida que aumentaba su conciencia eclesial y profundizaba en el conocimiento de la fe cristiana–, introduciéndose en el campo de la apologética cristiana y de la Biblia.

Ya presbítero, emprendió la tarea de comentar los primeros capítulos del Génesis. En su intención estaba hacer un comentario que se atuviese estrictamente al texto, alejado de toda alegoría. El proyecto iba sobre ruedas, hasta que, incapaz de seguir adelante, dejó la obra inconclusa. El título con el que la conocemos es precisamente Exposición literal del Génesis, obra incompleta. La causa de la interrupción fue, probablemente, no haber dado con una explicación en sentido liberal de la imagen de Dios en el hombre. Pasados algunos años, recuperó el proyecto, que consiguió llevar a buen puerto, con una de sus obras más importantes, con el mismo título: Exposición literal del Génesis.

Las dificultades las experimentó también con el Nuevo Testamento. De hecho comenzó una exposición de la carta de san Pablo a los Romanos que debía constar de muchos «libros», pero su comentario no pasó del saludo inicial. Se atascó al tratar de exponer un tema asociado, el del pecado contra el Espíritu santo, y «asustado por la magnitud y la dificultad del proyecto» desistió para ocuparse en otras tareas más fáciles,

Apenas ordenado obispo, emprendió la composición de lo que podemos llamar un «Manual de introducción a la Sagrada Escritura», que cabe contar también entre sus obras geniales. Terminó dos «libros», escribió buena parte de un tercero, pero tampoco pudo terminarlo. El motivo nos es desconocido, pero quizá guarde relación con un escrito del autor donatista Ticonio. Ya al final de su vida completó el «libro» tercero y añadió el cuarto.

En cambio, lo que le impidió concluir la réplica a un escrito del hereje pelagiano Julián de Eclana, del que llevaba escritos ya seis largos «libros», fue la muerte. Su título es Réplica a Julián, obra inacabada.

A lo no terminado, hay que añadir lo no empezado, también por no sentirse capacitado. Por ejemplo, siempre había eludido tratar la cuestión de la prohibición del juramento (Sant 5,4), hasta que las circunstancias se lo impusieron y lo hizo «con no pequeño temor» (cf. s. 180).

La segunda prueba, antes indicada, es la obra titulada las Retractaciones o, mejor, Revisiones, que también quedó inconclusa, primero porque tuvo que dar la preferencia a otras tareas y, luego, porque le visitó la muerte. Pero la razón por la que la traigo aquí es otra. Una de las motivaciones que tuvo para revisar sus obras –le faltó tiempo para revisar también sus cartas y sermones– es precisamente el poner de relieve la evolución de su pensamiento, entre otras razones porque los herejes pelagianos se amparaban en la inmadurez e imprecisión de sus primeros escritos para defender planteamientos propios de carácter herético.

Los genios nos deslumbran con su sabiduría, con su capacidad de descubrir, de penetrar, de exponer realidades que a las que el común de los mortales no tienen acceso. Pero a veces tenemos ideas equivocadas de ellos. Creemos que a su mente poderosa se le abren todas las puertas. Y, sin embargo, también ellos han conocido territorios a los que se les ha vetado el acceso, o en los que solo han podido entrar después de un laborioso empeño. También en ellos el ingenio necesita ser aguzado por el trabajo y el estudio. Dicho con lenguaje evangélico, también ellos necesitan pedir, buscar y llamar y, por haberlo hecho en la forma debida, han recibido, han encontrado, se les ha abierto. Lo dicho vale especialmente para san Agustín, como he querido mostrar, limitándome a los datos más relevantes.

Pío de Luis, OSA