Reflexión agustiniana

Escrito el 18/02/2023
Agustinos


Tiempo de humildad y reconciliación

Cuando deseamos superar una limitación ya sea física, intelectual o espiritual dedicamos un tiempo a ejercitarnos en aquello que nos ayude a lograrlo. Al inicio de la temporada futbolística los clubes inician con las concentraciones de sus jugadores donde se ejercitan psicológica y físicamente para poner a punto el equipo y a cada uno de sus integrantes. Esto sirve para cualquier actividad humana que desee alcanzar unas metas u objetivos.

También los cristianos tenemos nuestro tiempo de evaluación y de ejercitación para acoger el Espíritu de Jesús y entrenar nuestro corazón en el servicio de Dios y de nuestros hermanos. Este tiempo de cuarenta días es la Cuaresma. Los primeros datos sobre este periodo y sus prácticas nos los trasmiten los padres de la Iglesia de inicios del s. IV. San Agustín en sus sermones deja entrever una institución consolidada en la iglesia norteafricana en la cual se hacía también el catecumenado como preparación al bautismo. Era un tiempo de oración, ayuno y limosna preparación de todos los cristianos para la celebración de la Pascua que duraba cincuenta días.

Los tiempos que nos toca vivir, son tiempos de olvido de Dios por la soberbia humana. Esta se manifiesta en el día a día con el individualismo autosuficiente, con el intento de imponer a los demás los propios gustos y deseos generando desentendimiento, violencia y guerras, tanto en el ámbito familiar y local como en el social, nacional e internacional.

San Agustín tomó conciencia por experiencia propia de que el pecado origen de todos los demás pecados fue su soberbia. La experiencia de fragilidad humana y la gracia de Dios recibida a través de la comunidad eclesial abren su corazón al amor de Dios manifestado en el Cristo humilde. Como pastor fue un gran luchador contra la soberbia humana viviendo y predicando a su pueblo la humildad en la cual hacía hincapié en los sermones de cuaresma.

Agustín predica a su pueblo al inicio de cada cuaresma, no solo la oración, el ayuno y la limosna, sino que pone estas prácticas en función de la humildad y de la reconciliación “Ha llegado el tiempo solemne en que he de exhortar a vuestra caridad a pensar más seriamente en el espíritu y a mortificar el cuerpo. Estos cuarenta días son sacratísimos para todo el orbe de la tierra, que al acercarse la Pascua celebra con devoción, digna de ser pregonada en el mundo entero, al que Dios reconcilia consigo en Cristo (Cf 2Co 5,19). Si existen enemistades que nunca debieron nacer o que, al menos, debieron morir enseguida pero que lograron resistir hasta estas fechas en la vida de los hermanos, por dejadez, obstinación o vergüenza, fruto no de la modestia, sino de la soberbia, que al menos ahora desaparezcan. Tales enemistades nunca debieron durar hasta la puesta del sol (Ef 4,26) por eso no es mucho pedir que, después de repetidas salidas y puestas de sol, también ellas lleguen alguna vez a su ocaso, sin que ningún nuevo surgir las ponga en movimiento. El dejado se olvida de poner fin a las enemistades; el obstinado no quiere conceder el perdón cuando se le suplica; el vergonzoso soberbio desdeña pedir perdón. Estos tres vicios mantienen vivas las enemistades, pero dan muerte a los espíritus en los que ellos no mueren. Contra la dejadez esté alerta la memoria; contra la obstinación, la misericordia, y contra la vergüenza soberbia, la prudencia humilde. Quien reconoce que descuida la concordia, despierte y sacuda el torpor; quien desea ser exactor frente a su deudor, piense que él lo es de Dios; quien se avergüenza de pedir perdón al hermano, venza, mediante el santo temor, el perverso pudor, para que, extinguidas estas funestas enemistades, muertas ellas, viváis vosotros. Todo esto lo obra la caridad, que no es jactanciosa (1Co 13,4). En la medida en que tengáis caridad, hermanos míos, ejercitadla viviendo bien, y, en la medida en que os falte, conseguidla con la oración.

En estos días, nuestras oraciones han de ser más fervorosas; y para que sean auxiliadas con los apoyos pertinentes, demos también limosnas con mayor fervor. Añádase a lo que ya dábamos lo que ahorramos con el ayuno y la abstinencia de los alimentos habituales. […] Así, pues, durante estos días ayunad con mayor frecuencia y, viviendo con más parquedad, repartid con mayor generosidad a los necesitados. Estas fechas demandan abstenerse también del uso del matrimonio. Temporalmente -dice el Apóstol- para dedicarse a la oración; luego volved a lo de antes, para que no os tiente Satanás por vuestra incontinencia (1Co 7,5). Lo que las santas viudas abrazaron en un momento preciso de su vida hasta el final de la misma y las santas vírgenes cumplen durante su existencia entera no es arduo y difícil por unos pocos días para los fieles casados. En todo caso, haya fervorosa devoción y represión de la soberbia. Que nadie se goce en su generosidad de forma que pierda el bien de la humildad. Ningún otro don de Dios aporta provecho alguno si no existe el vínculo de la caridad.” (San Agustín, Sermón 209, 1-3).

P. Pedro Luis Morais Antón, OSA