Reflexión agustiniana

Escrito el 18/03/2023
Agustinos


Padre y educador

Próxima la fiesta de San José, hagamos una reflexión sobre la paternidad y la educación en estos tiempos convulsos que nos toca vivir. Es cierto que antes de una nueva era histórica precede un tiempo de incertidumbre y crisis donde los nuevos valores pugnan con los antiguos.

Los guiados por la fe sabemos que Dios siempre hace “nuevas todas las cosas” (Ap 21,5) y que, a pesar de las circunstancias tenebrosas, Él está con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Nos corresponde a nosotros estar con ojos abiertos para descubrir su presencia actuante en medio del mundo para ser fieles a su designio y voluntad.

Conocer y obedecer la voluntad de Dios es un don suyo, pero también de la libertad humana y de la propia experiencia vital. No todos somos iguales, ni vivimos las mismas circunstancias, por lo cual la adquisición de la sabiduría difiere de unos a otros y no basta con el simple paso del tiempo.

Dios nos ha dejado una comunidad de amor donde hacemos el camino de maduración personal, la familia. No hay comunidad sin una cabeza, sin una autoridad de referencia y coordinación. Tradicionalmente esta función es desempeñada por el paterfamilias responsable de la comunidad familiar. Como toda autoridad ejercida por los seres humanos, está sometida a la limitación, al error y al abuso, por lo que necesita revisión y renovación.

Desde que Nietzsche acabase con el fundamento de la autoridad al declarar la “muerte de Dios”, nuestra cultura occidental va perdiendo los referentes donde ella se manifestaba: religión, política, justicia, educación, familia…, Estos ámbitos han sido despojados del fundamento objetivo de autoridad, para dejarlos al albur de la autoridad subjetiva. Las nuevas generaciones sufren así un gran daño al perder los horizontes de referencia especialmente en la familia, donde muchos padres se inhiben de su tarea educativa al sentirse abrumados por el ambiente cultural contrario a la orientación y a la disciplina.

El profesor y escritor Jaime Buhigas Tallón publicó en “El mundo” (15 marzo 2023) una carta a los padres en la cual dice: “Queridos padres, disculpad la franqueza: la educación de vuestros hijos depende sobre todo de vosotros, y no del colegio. El verdadero centro educativo es el hogar. El colegio solo complementa; si acaso matiza; sin duda instruye. Pero poco más. Ningún profesor y ningún compañero puede enseñar tanto y de modo tan profundo como unos padres y unos hermanos. La razón es muy sencilla: en la jerarquía de las relaciones humanas del niño, sus padres y sus hermanos ocupan el más alto lugar, el más sagrado, el fundamental.” Y concluye diciendo: “Amar sigue siendo la capacidad más misteriosa del ser humano. Nadie sabe muy bien cómo se concreta la acción de ese verbo. Su práctica es imprecisa, y sin embargo imprescindible. Educar a un hijo es un acto de amor. Posiblemente el mayor acto de amor al que puedan optar unos padres.”

San Agustín se anticipa varios siglos a estas ideas recordando la responsabilidad paterna en educación a sus fieles de Hipona: “Me resta sólo deciros unas palabras, hermanos, a causa de los muchos males entre los cuales vivimos. Y viviendo en medio de las realidades humanas, no nos es posible alejarnos de ellas. Debemos ser tolerantes viviendo entre los malos; porque cuando nosotros éramos malos, los buenos vivieron con tolerancia en medio de nosotros. Sin olvidarnos de lo que fuimos, no perderemos la esperanza sobre los que ahora son lo que nosotros fuimos. Sin embargo, carísimos, entre tanta diversidad de costumbres, y tan detestable corrupción, gobernad vuestras casas, educad a vuestros hijos, mantened el orden en vuestras familias. Lo mismo que a mí me pertenece en la Iglesia hablaros a vosotros, así mismo os pertenece a vosotros el rendir cuentas exactas de los que os están sometidos. Dios ama la educación. Perversa y dañina es la permisión, el dejar rienda suelta a los pecados. Del todo inútil y muy perniciosa es en el hijo la sensación del consentimiento del padre, para luego sentir la severidad de Dios; y esto no sólo él, sino acompañado de su negligente padre. ¿Cómo es esto? Sí, porque, aunque el padre no peque de hecho, lo hace su hijo. ¿No deberá mantenerlo apartado de la maldad? ¿O acaso es para que el hijo piense que su padre haría lo mismo si no hubiera envejecido? El pecado que en tu hijo no te desagrada, es que te gusta, y si no lo cometes no es por falta de ganas, sino por tu edad. Sobre todo, hermanos, cuidad de vuestros hijos cristianos, de quienes fuisteis garantes al bautizarlos. Pero puede suceder que el mal hijo no haga caso de los avisos del padre, o de su reprensión, o incluso de su severidad; tú cumple con tu deber; Dios a él le exigirá cuentas de su persona. (Comentario a los Salmos 50, 24).

En otra predicación al pueblo compara la autoridad del padre en la familia con la del obispo en la Iglesia: “Cuando, pues, oís, hermanos, decir al Señor: «Donde yo estoy, allí estará también mi servidor», no penséis sólo en los obispos y clérigos buenos. También vosotros servid a Cristo según vuestra condición, viviendo bien, dando limosna, predicando su nombre y doctrina a quienes podáis, de forma que también cada padre de familia reconozca por este nombre que él debe a su familia afecto paternal. Por Cristo y por la vida eterna amoneste, enseñe, exhorte, corrija a todos los suyos, emplee la benevolencia, ejerza la disciplina; así cumplirá en su casa una función eclesiástica y, en cierto modo, episcopal, pues sirve a Cristo para estar eternamente con él.” (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 51, 13).

Finalmente, para equilibrar la autoridad paterna, Agustín recuerda a su pueblo que el primer mandamiento es la obediencia a Dios: “Por mantener y observar el mandato de su padre, merecieron los hijos ser bendecidos por Dios. No les había impuesto Dios este precepto, sino su padre. Pero ellos lo recibieron como mandato de su Dios y Señor. Porque si es cierto que Dios no les había ordenado que no bebiesen vino, y que habitasen en tiendas, sin embargo, Dios sí había preceptuado a los hijos que obedecieran a sus padres. Únicamente no deben obedecer los hijos a sus padres cuando éstos mandan a sus hijos algo contra lo ordenado por el Señor Dios. Y no deben airarse los padres cuando se les pospone a Dios. Pero cuando los padres ordenan algo que no es contra Dios, deben ser escuchados como si fuera Dios el que ordena, puesto que Dios mandó obedecer a los padres.” (Comentario a los Salmos 70, 1, 2).

P. Pedro Luis Morais Antón, agustino.