Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor 9 de abril de 2023
Jn 20, 1-9
Jesús resucitado comió para persuadirles de la verdad de su cuerpo.
En este día de la Pascua del Señor, después de contemplar a Cristo muerto en la cruz, podemos admirarle vivo y resucitado. Como la fe de los discípulos dudaba por la alegría, el Señor Jesús, una vez resucitado, comió con ellos. Como nos dice San Agustín, ya no tenía necesidad de comida, pero si los discípulos tenían necesidad de verle vivo y real como antes. Por eso, Cristo resucitado come con sus discípulos, se muestra cercano a ellos para que crean que él está vivo. Por eso dicen la escritura que quien ha resucitado de entre los muertos ya no muere más. La muerte no tiene dominio sobre Jesús, por eso también nosotros esperamos poder resucitar con Cristo y ser transformados por su amor.
¿Qué he de decir, hermanos míos? Sabemos que —según dice el Apóstol— Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere y que la muerte ya no tiene dominio sobre él. Pues lo que ha muerto al pecado, ha muerto de una vez; pero lo que vive, vive para Dios. Si él ya no muere y la muerte ya no tiene dominio sobre él, esperemos resucitar nosotros de forma tal que permanezcamos siempre en aquel estado en que seremos transformados en el momento de resucitar. Ya no habrá necesidad de comer y de beber, aunque se pueda hacerlo. El Señor tenía entonces un motivo para ello, porque aún vivían en la carne aquellos a quienes quiso amoldarse y a quienes quiso mostrar también sus cicatrices. El que dio al ciego los ojos que no había recibido en el seno de su madre, no carecía de poder para resucitar sin las cicatrices. Si hubiera querido cambiar ya antes de la muerte la indigencia mortal de su carne de manera que no hubiese sufrido necesidad alguna, hubiera podido hacerlo, lo tenía en su mano, puesto que era Dios en la carne e Hijo omnipotente, como omnipotente es el Padre.
Efectivamente, aun antes de su muerte cambió su carne en lo que quiso: estando en la montaña con sus discípulos, su rostro resplandeció como el sol. Esto lo hizo por su poder, queriendo mostrar que podía haber transformado su carne, librándola de toda indigencia, en forma de no morir si no quisiera. Tengo poder —dice— para entregar mi alma y poder para recuperarla. Nadie me la quita. Poder grande este de poder no morir; pero mayor es la misericordia por la que quiso morir. Hizo por misericordia lo que podía no haber hecho por su poder, para poner la base de nuestra resurrección; para que muriese lo que llevaba por nosotros, dado que hemos de morir, y resucitarlo para la inmortalidad, a fin de que esperemos la inmortalidad. Por eso, no solo está escrito que antes de su muerte comió y bebió, sino también que sintió hambre y sed; en cambio, después de la resurrección solo se dice que comió y bebió, pero no que sintiera hambre o sed, porque un cuerpo que ya no ha de morir carece de la indigencia, que produce corrupción y que causa la necesidad de la refección; sí tenía, en cambio, el poder comer. Jesús comió para acomodarse a los otros; no para socorrer la necesidad de la carne, sino para persuadirles de la verdad de su cuerpo.
Sermón 362, 12