Reflexión agustiniana

Escrito el 08/04/2023
Agustinos


Vislumbre de la luz más plena

La oscuridad de un largo túnel se va disipando a medida que el vehículo se acerca a su salida. Poco a  poco, la luz exterior va penetrando en su interior. La imagen ilumina el Sábado Santo, día en que esta breve colaboración ve la luz. El fiel, que se encuentra aún envuelto en las tinieblas que el Viernes Santo siguieron a la muerte de Jesús, comienza a  percibir ya cercano el esplendor de su resurrección. Su corazón comienza a encenderse y a calentarse en el fuego esplendente de la Vigilia Pascual. De ello tuvieron viva experiencia, quizá más que ahora, los fieles de finales del s. IV y comienzos del s. V,  la época en que vivió san Agustín.

El símbolo de la luz dominaba, como también hoy, la celebración de la Vigilia pascual. Pero el impacto del símbolo era entonces mucho mayor que ahora. Aunque esté cara, la luz nos acompaña a donde quiera que vamos; la experiencia de la oscuridad y el peligro asociado a ella ya no forma parte de nuestra vida diaria; no así en aquellos tiempos lejanos, que desconocían la luz eléctrica. Por otra parte, prescindiendo del dinero, nos cuesta poco inundar de luz cualquier espacio por grande que sea; no así entonces cuando la llama abierta era el único medio de iluminación conocido.

La comunidad eclesial no ahorraba esfuerzos para conseguir que, durante la Vigilia, el templo  en que se celebraba estuviese repleto de puntos de luz, de antorchas encendidas. Entrar en él, excepcionalmente inundado de tanta claridad, además de experiencia gozosa, era ya una profunda catequesis. Lo anunciado por el profeta: “Tú iluminarás mis tinieblas” (Sal 17,29), se hacía realidad. Dios concedía a los fieles la luz de la fe, para que, igual que los ojos disfrutaban del esplendor de las lámparas, el corazón se deleitase con el esplendor del misterio celebrado. A esa experiencia gozosa alude también nuestro Pregón Pascual: “Goce también la tierra, inundada de tanta claridad y que radiante con el fulgor del rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero”. Los fieles vivían en su propia Iglesia  lo que creían como realidad para la tierra entera.

Más importante todavía, desde la fe los fieles advertían que ellos mismos eran luz porque el bautismo los había convertido en “el día que hizo el Señor” (Sal 117,24). No la percibían como realidad exterior a ellos, sino como propiedad personal; iluminados para ser día, iluminaban a su vez por ser ya día, pues “antes erais tinieblas, pero ahora sois luz en el Señor” (Ef 5,8). De ese gozo y por el mismo motivo participaban igualmente los catecúmenos. No porque ya fueran día, sino porque el bautismo que iban a recibir en la Vigilia misma, iba a convertirlos también en día.

El hombre duerme de noche y está en vela durante el día. Esta constatación da razón de que la Vigilia Pascual se prolongase durante la noche entera. Si, según su fe, la luz de la  Resurrección del Señor convirtió la noche en día, era lógico que los fieles pasasen en vela la noche convertida simbólicamente ya en día. En la misma línea, al vencer el sueño, imagen de la muerte, expresaban en sí mismos que, con su resurrección, Cristo había vencido a la muerte.

Como última consideración, el hecho de que la luz aporta seguridad. Envuelto en la luz de la Pascua, el fiel ya no siente pavor en la noche, ni teme ni al enemigo que en la noche ronda buscando a quien devorar (Sal 90,6; 1 Pe 5,8). Al volver día la noche con la luz de su resurrección, el Señor desarmó la noche y la oscuridad dejó de ser temible.

Estas ideas, entre otras, sostenían la incomparable celebración, por gozo y luminosidad,  de la Vigilia Pascual, “la única que mereció el nombre Vigilia sin más apelativos”, “la madre de todas las Vigilias”,  la “Vigilia por excelencia”, “la más sagrada y santa”, “la que ocupa el primer puesto entre todas las instituidas para el culto de Dios”. Así la describía san Agustín.  En ella, la vista precedía al oído; la visión a la inteligencia, el símbolo a la palabra. De hecho la palabra del pastor en sus múltiples alocuciones a lo largo de la noche se explayaba en la explicación de los símbolos. Esta doble vía catequética facilitaba que los fieles entrasen en la hondura del misterio central de la fe que unos habían sellado hacía tiempo y que otros iban a sellar al recibir el bautismo esa misma noche. 

FELIZ Y LUMINOSA PASCUA A TODOS.

Pío de Luis, OSA