Hacia el amor corremos
Que el amor es el que pone dinamismo en el hombre, lo tenemos asumido, ya que el amor es el peso que nos lleva donde quiere y siempre pretende unirnos con el amado: "Los que aman, ¿buscan otra cosa más que la unión?" (Del Orden 2, 18, 48). Además, por otra parte, "nadie goza de aquello que conoce a no ser que también lo ame. Pero gozar de la Sabiduría de Dios no es otra cosa que estar unido a Él por el amor, y nadie permanece en aquello que percibe sino por el amor" (La fe y el símbolo de los Apóstoles 9, 19). La condición para poder gozar de Dios está en unirse a Él por el amor: "Es necesario permanecer cabe Él y adherirse a Él por amor si anhelamos gozar de su presencia, porque de Él traemos el ser y sin Él no podríamos existir...; pero, si ahora no le amamos, nunca le veremos..., nadie ama a Dios antes de conocerlo. Y ¿qué es conocer a Dios, sino contemplarlo y percibirlo con la mente con toda firmeza?" (La Trinidad 8, 4, 6). Pero, además, el amor es el fin de nuestro obrar, es lo que pretendemos cuando actuamos: “Tal es el fin de todas nuestras obras: el amor. Él constituye la meta; por eso corremos; hacia el amor corremos; cuando lleguemos a él, descansaremos” (Comentario a la carta de Juan 10, 4).
Para Agustín nuestras obras buenas es nuestro mismo caminar, porque nuestro Dios se ha hecho camino: “Que continúe caminando, pues, la Iglesia, que siga adelante; el camino ya está, nuestra calzada ha sido empedrada y fortificada por el Emperador. Marchemos con fervor por los caminos de las buenas obras: este es nuestro caminar” (Comentario al salmo 32, 2, 2, 10). Normalmente, cuando estamos suspirando permanentemente por la patria, hemos de sentirnos a disgusto en la tribulación, pensar sólo en las delicias de la patria lleva consigo considerar despreciables las alegrías presentes, es decir, vivir en la tribulación de todos los días y de todas las horas, pero desde el sentido claro del dolor y manteniendo la luz del amor. Agustín es consciente de que todo pasa en la vida y sólo permanece la intimidad cuando se ha adherido a la eternidad de Dios: "Es excelente percepción conocer que es azotado cuando a uno le va bien... Luego toda tu vida sobre la tierra es un continuo azote. Llora mientras vives en la tierra; y ya vivas felizmente o te halles en alguna tribulación, clama: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo" (Comentario al Salmo 122, 7).
Agustín quiere que el alma se dé cuenta que el mundo es un mar amargo, y con este telón de fondo, desarrolla la concepción del hombre como peregrino: "Por mucho bienestar que haya en este mundo, aun no nos hallamos en aquella patria adonde nos damos prisa para llegar; y, por tanto, aquel a quien le es dulce la peregrinación no ama la patria; y, si es dulce la patria, será amarga la peregrinación; y, si es amarga la peregrinación, todo el día habrá tribulación. ¿Cuándo no la habrá? Cuando llegue el deleite de la patria" (Comentario al Salmo 85, 11). En la misma clave, pide Agustín a sus fieles que practiquen la misericordia para llegar a Dios, para poder descansar adecuadamente: “Hermanos míos, todos vosotros que vais a regresar a vuestras casas y que, a partir de este momento, apenas volveremos a vernos a no ser quizá en alguna otra fiesta solemne, practicad la misericordia… No hay otro descanso ni otro camino para llegar a Dios, para reintegrarnos a él, para reconciliarnos con aquel a quien hemos ofendido con gran peligro para nosotros” (Sermón 259, 4).
En todo momento será necesario que estemos alerta y no dejemos que dormite nuestra fe, como les pasó a los discípulos en medio del lago; si sentimos naufragar nuestra pequeña barca, es que Cristo está durmiendo en ella y es necesario despertarle: "Levántate; ¿por qué duermes, Señor? Cuando se dice que Él duerme, es que dormimos nosotros, y cuando se dice que Él se levanta, nos levantamos nosotros. También dormía el Señor en la nave, y ésta fluctuaba porque dormía Jesús. Si allí hubiera estado despierto Jesús, no hubiera zozobrado la nave. Tu nave es tu corazón; Jesús estaba en la nave, es decir, la fe en el corazón. Si te acuerdas de tu fe, no vacila tu corazón; si te olvidas de la fe, duerme Cristo; a la vista está el naufragio. Por tanto, haz lo que falta, a fin de que, si se encuentra dormido, sea despertado. Dile: Ve, Señor, que perecemos; despierta, para que increpe a los vientos y se restablezca la tranquilidad en tu corazón. Cuando Cristo, es decir, cuando tu fe vigila en tu corazón, se alejan todas las tentaciones, o a lo menos no tienen poder alguno" (Comentario al Salmo 34, s.1, 3).
Santiago Sierra, OSA