Reflexión agustiniana

Escrito el 29/04/2023
Agustinos


Hacia el amor corremos

Que el amor es el que pone dinamismo en el hombre, lo tenemos asumido, ya que el amor es el peso que nos lleva donde quiere y siempre pretende unirnos con el amado: "Los que aman, ¿buscan otra cosa más que la unión?" (Del Orden 2, 18, 48). Además, por otra parte, "nadie goza de aquello que conoce a no ser que también lo ame. Pero gozar de la Sabiduría de Dios no es otra cosa que estar unido a Él por el amor, y nadie permanece en aquello que percibe sino por el amor" (La fe y el símbolo de los Apóstoles 9, 19). La condición para poder gozar de Dios está en unirse a Él por el amor: "Es necesario permanecer cabe Él y adherirse a Él por amor si anhelamos gozar de su presencia, porque de Él traemos el ser y sin Él no podríamos existir...; pero, si ahora no le amamos, nunca le veremos..., nadie ama a Dios antes de conocerlo. Y ¿qué es conocer a Dios, sino contemplarlo y percibirlo con la mente con toda firmeza?" (La Trinidad 8, 4, 6). Pero, además, el amor es el fin de nuestro obrar, es lo que pretendemos cuando actuamos: “Tal es el fin de todas nuestras obras: el amor. Él constituye la meta; por eso corremos; hacia el amor corremos; cuando lleguemos a él, descansaremos” (Comentario a la carta de Juan 10, 4).

Para Agustín nuestras obras buenas es nuestro mismo caminar, porque nuestro Dios se ha hecho camino: “Que continúe caminando, pues, la Iglesia, que siga adelante; el camino ya está, nuestra calzada ha sido empedrada y fortificada por el Emperador. Marchemos con fervor por los caminos de las buenas obras: este es nuestro caminar” (Comentario al salmo 32, 2, 2, 10). Normalmente, cuando estamos suspirando permanentemente por la patria, hemos de sentirnos a disgusto en la tribulación, pensar sólo en las delicias de la patria lleva consigo considerar despreciables las alegrías presentes, es decir, vivir en la tribulación de todos los días y de todas las horas, pero desde el sentido claro del dolor y manteniendo la luz del amor. Agustín es consciente de que todo pasa en la vida y sólo permanece la intimidad cuando se ha adherido a la eternidad de Dios: "Es excelente percepción conocer que es azotado cuando a uno le va bien... Luego toda tu vida sobre la tierra es un continuo azote. Llora mientras vives en la tierra; y ya vivas felizmente o te halles en alguna tribulación, clama: Elevé mis ojos a ti, que habitas en el cielo" (Comentario al Salmo 122, 7).

Agustín quiere que el alma se dé cuenta que el mundo es un mar amargo, y con este telón de fondo, desarrolla la concepción del hombre como peregrino: "Por mucho bienestar que haya en este mundo, aun no nos hallamos en aquella patria adonde nos damos prisa para llegar; y, por tanto, aquel a quien le es dulce la peregrinación no ama la patria; y, si es dulce la patria, será amarga la peregrinación; y, si es amarga la peregrinación, todo el día habrá tribulación. ¿Cuándo no la habrá? Cuando llegue el deleite de la patria" (Comentario al Salmo 85, 11). En la misma clave, pide Agustín a sus fieles que practiquen la misericordia para llegar a Dios, para poder descansar adecuadamente: “Hermanos míos, todos vosotros que vais a regresar a vuestras casas y que, a partir de este momento, apenas volveremos a vernos a no ser quizá en alguna otra fiesta solemne, practicad la misericordia… No hay otro descanso ni otro camino para llegar a Dios, para reintegrarnos a él, para reconciliarnos con aquel a quien hemos ofendido con gran peligro para nosotros” (Sermón 259, 4).

En todo momento será necesario que estemos alerta y no dejemos que dormite nuestra fe, como les pasó a los discípulos en medio del lago; si sentimos naufragar nuestra pequeña barca, es que Cristo está durmiendo en ella y es necesario despertarle: "Levántate; ¿por qué duermes, Señor? Cuando se dice que Él duerme, es que dormimos nosotros, y cuando se dice que Él se levanta, nos levantamos nosotros. También dormía el Señor en la nave, y ésta fluctuaba porque dormía Jesús. Si allí hubiera estado despierto Jesús, no hubiera zozobrado la nave. Tu nave es tu corazón; Jesús estaba en la nave, es decir, la fe en el corazón. Si te acuerdas de tu fe, no vacila tu corazón; si te olvidas de la fe, duerme Cristo; a la vista está el naufragio. Por tanto, haz lo que falta, a fin de que, si se encuentra dormido, sea despertado. Dile: Ve, Señor, que perecemos; despierta, para que increpe a los vientos y se restablezca la tranquilidad en tu corazón. Cuando Cristo, es decir, cuando tu fe vigila en tu corazón, se alejan todas las tentaciones, o a lo menos no tienen poder alguno" (Comentario al Salmo 34, s.1, 3).

Santiago Sierra, OSA