Reflexión agustiniana

Escrito el 27/05/2023
Agustinos


Hablando de la caridad

Comentando la carta de Juan, donde fundamentalmente se habla de la caridad, Agustín utiliza todos sus recursos oratorios para ilustrar lo que es la caridad y su aplicación a las relaciones interhumanas, por ejemplo, para poder plantar cualquier semilla hay que quitar la maleza. Así ha de limpiarse el campo donde se planta la caridad: “Escuchad, pues, ahora las palabras de quien limpia. Halla los corazones de los hombres como si fuesen un campo, pero ¿en qué estado encuentra el campo? Si lo encuentra lleno de maleza, la arranca; si lo halla limpio, entonces planta. Allí quiere plantar un árbol, la caridad” (Comentario a la carta de Juan 2, 8).  Para poder estar bien cimentado y enraizado, será necesario mantener la caridad y ayudar a que eche raíces quitando toda maleza: “Mas ¿cómo podéis estar tan arraigados que no seáis desarraigados? Manteniendo la caridad, según las palabras del Apóstol: Arraigados y fundados en la caridad. ¿Cómo va a echar allí raíces la caridad entre tanta maleza de amor del mundo? Arrancad la maleza. Tenéis que sembrar una excelente semilla: que no haya nada en el campo que la ahogue” (Comentario a la carta de Juan 2, 9).

Nuestro mundo se asemeja a un desierto y, para no morir de sed en él, Agustín nos invita a beber la caridad, fuente de Dios para el camino: “Pero si no queréis morir de sed en este desierto, bebed la caridad. Es la fuente que Dios quiso poner aquí para que no desfallezcamos en el camino; fuente de que beberemos más abundantemente aún, cuando lleguemos a la patria” (Comentario a la carta de Juan 7, 1). Estamos en búsqueda de un gran tesoro e imaginemos que se nos presenta una pequeña obra de arte en un jarrón hábilmente trabajado, de más valor, y además gratis, se nos ofrece la caridad: “Prestad atención a lo que voy a decir, hermanos; en cuanto me lo concede el Señor, os exhorto a buscar un gran tesoro. Suponed que se os muestra un pequeño jarrón cincelado, dorado, cuidadosamente labrado, que cautivase vuestros ojos y arrastrase tras de sí la mirada de vuestro corazón, agradándoos las manos hábiles del artista, la cantidad de plata y el brillo del metal, ¿no diría cada uno de vosotros: ¡si yo tuviera ese jarrón!? Y carecería de sentido decirlo, pues no estaría a vuestro alcance poseerlo. O, si alguno quisiera hacerse con él, tendría que pensar en robarlo de casa ajena. En vuestra presencia se alaba la caridad; si os agrada, tenedla, poseedla; no tenéis necesidad de robarla a nadie, ni tenéis que pensar en comprarla: se ofrece gratuitamente. Retenedla, abrazadla; nada hay más dulce que ella. Si, cuando se la menciona, resulta dulce, ¿cómo resultará cuando se la posea?” (Comentario a la carta de Juan 7, 10). Para comprobar si un vaso de barro está rajado, lo hacemos sonar y por el sonido lo sabemos, para calibrar la bondad de nuestras obras, comprobemos si está presente la caridad: “Golpead, tocad las vasijas de barro por si se agrietan y suenan como rotas que están; ved si dan el sonido que les es propio, ved si existe ahí la caridad” (Comentario a la carta de Juan 6, 13).

El que tiene la caridad va por la vida como el artista que descubre los elementos que le sirven para hacer su obra de arte, que le inspiran o le sugieren. Ama lo que de allí puede hacer. Así se comporta el buen ebanista cuando observa un tronco de roble: “Pensad que ante vuestros ojos se halla un tronco de roble. Un buen artesano lo ve aún sin labrar, tal como fue cortado en el bosque y se entusiasma con él. Ignoro qué quiere sacar de allí, pero si se entusiasmó con él, no fue para que permanezca siempre tal cual. No es que sus ojos se hayan quedado prendados de lo que es en ese momento, sino que sus ojos de artista han visto ya lo que llegaría a ser. Ama lo que va a sacar de él, no lo que es. Es el modo como Dios nos amó siendo pecadores. Él nos vio como ve un artista una viga de madera extraída del bosque y pensó en el edificio que con ella iba a construir, no en la viga sin más” (Comentario a la carta de Juan 8, 10).

El amor siempre está dispuesto a soportar y seguir amando. Agustín nos presenta el amor maternal en los animales, que les hace sufrir algunos inconvenientes, y nos presenta el comportamiento la vaca con su ternero, porque lo ama: “¿No vemos incluso en los animales mudos e irracionales en que no se da el amor espiritual, sino sólo el carnal y natural, que las crías reclaman con gran ardor la leche de las ubres de sus madres? Y aunque al mamar le golpeen las ubres, es mejor esto para las madres que si la cría no mama ni le exige lo que le debe por derechos de amor. Con frecuencia vemos cómo también los terneros ya mayorcitos golpean la ubre de las vacas con su cabeza y con tanta fuerza que casi levantan los cuerpos de las madres, las cuales, sin embargo, no los repelen a coces; antes bien, si les falta la cría que mame, con sus mugidos los llaman a la ubre” (Comentario a la carta de Juan 9, 

Santiago Sierra, OSA