Reflexión agustiniana

Escrito el 24/06/2023
Agustinos


La  navegación

 

El itinerario del hombre se presenta como una navegación hacia la patria, un camino a través del mar de este mundo, un itinerario que es un crisol, donde el hombre se ha de purificar de toda ganga para poder contemplar y disfrutar: “Por lo tanto, debiendo gozar el hombre de aquella Verdad, que vive inmudablemente y por la cual el Dios Trinidad, autor y creador del mundo, cuida de las cosas que creó, debe purificar su alma, a fin de que pueda  contemplar aquella luz y adherirse a ella después de contemplada. A esta purificación la podemos considerar como cierto andar y navegar hacia la patria, pues no nos acercamos al que está presente en todos los sitios, por movimientos corporales, sino por la buena voluntad y las buenas costumbres” (Sobre la doctrina cristiana 1, 10, 10). La meta que persigue este itinerario es el reencuentro con uno mismo y con Dios, por eso es necesario una decisión firme y permanente: “No era necesario ir con naves, ni cuadrigas, ni con pies, aunque fuera tan corto el espacio como el que distaba de la casa al lugar donde nos habíamos sentado; porque no sólo el ir, pero el mismo llegar allí, no consistía en otra cosa que en querer ir, pero fuerte y plenamente, no a medias” (Confesiones 8, 8,19).

Ante este mar a cruzar Cristo Crucificado aparece primero como la vía que Dios nos ha abierto y por la cual nosotros podemos ir hacia él: “¿Qué aprovecha al soberbio contemplar en la lejanía la patria trasmarina, si siente sonrojo de subir al leño? Y, ¿qué perjudica al humilde la larga espera de la visión, cuando está seguro de haber tomado pasaje en la nave, que ha de arribar felizmente a la patria, y que el vanidoso desprecia?” (La Trinidad 4, 15, 20). El hombre es un navegante y la vida una navegación hacia la patria verdadera.

Patria-Vía es un binomio interesante en la obra agustiniana. Cristo se le ha presentado como sabiduría, como verdad y como ejemplo para llegar a la patria. Pero Cristo-Vía significa dos cosas diversas en el universo simbólico agustiniano; por una parte, Cristo está visto como un navegante avezado, un navío resistente, un camino abierto en el mar para poder atravesarlo y llegar a la otra orilla. El como hombre lleva a la otra ribera que es Dios mismo; el símbolo de su capacidad para guiarnos es la cruz, nave que nos traslada seguros: “Es como el que ve de lejos la patria, pero separada por el mar. Ve a dónde ir, pero no tiene medios de arribar allá. Anhelamos llegar a la perpetua estabilidad, a la Existencia misma, ya que ella es siempre lo mismo. Está por medio el mar de este siglo, que es por donde caminamos. Nosotros nos damos cuenta del término de nuestro viaje; muchos ni siquiera saben a dónde dirigirse. Para que existiese el medio de ir vino de allá aquel a quien queremos ir ¿Qué hizo? Nos proporcionó el navío que sirve para atravesar el mar. Nadie puede pasar el mar de este siglo si no le lleva la cruz de Cristo. Muchos, aun enfermos de los ojos, se abrazan a la cruz. E incluso quien no ve la lejanía a donde se dirige, no deje la cruz. Ella lo llevará” (Comentario al evangelio de Juan 2, 2).

Según Agustín el papel principal no lo juega la humanidad de Cristo, ni siquiera la cruz como remedio y navío en el que retornamos. Para él lo decisivo es que nosotros encontremos un camino hacia la patria: “El mismo se ha hecho camino, un camino que pasa a través del mar”; (Comentario al evangelio de Juan 2, 4). Lo decisivo no es la elevación del hombre a Dios, la navegación que ha intentado siempre hasta la orilla divina, alcanzándola o anegándose. Lo radicalmente decisivo, lo que ha hecho que Agustín se hiciese cristiano es comprobar que quien se da en la interioridad como deseo, que suscita nuestra búsqueda, se nos ha dado en la historia como realidad visible y amable; que no hemos nosotros llegado a la patria, sino que la patria se nos ha hecho camino. Al final ya no es el hombre el que atraviesa el mar para ir a Dios, retornando a la patria de origen, sino que es Dios mismo quien lo atraviesa hasta nosotros y se convierte en nuestra vía. Es Dios mismo quien asume el riesgo de la travesía. La Verdad llega a nosotros y se nos da como camino y como vida: Cristo es en el seno del Padre la verdad y la vida. Él es el Verbo de Dios, y de él se dijo: “la Vida era la luz de los hombres' Siendo, pues, en el Padre la verdad y la vida, y no sabiendo nosotros por dónde ir a esa Verdad, el Hijo de Dios, Verdad eterna y Vida en el Padre, hízose hombre para sernos camino. Siguiendo el camino de su humanidad, llegarás a su divinidad. Él te conduce a él mismo. No andes buscando por dónde ir a él fuera de él. Si él no hubiera tenido voluntad de ser camino, extraviados anduviéramos siempre. Hízose pues camino por dónde ir. No te diré ya: Busca el camino. El camino mismo es quien viene a ti ¡Levántate y anda! Anda con la conducta, no con los pies” (Sermón 141, 4).

Santiago Sierra, OSA