Reflexión agustiniana

Escrito el 12/08/2023
Agustinos


Santos y santidad

En el verano los pueblos suelen celebrar sus fiestas en honor de Santa María o de los santos patronos. En esos días el pueblo se llena de gente, forasteros y emigrantes que vuelven celebrar con familiares y conocidos recordando sus raíces y tradiciones. También en agosto la familia agustiniana celebra sus raíces con dos grandes fiestas, una en honor de su patrono San Agustín y, otra, de su madre Santa Mónica.

Celebrar los santos es celebrar nuestra santidad, es celebrar el amor de Dios derramado abundantemente sobre sus hijos. En el Antiguo Testamento, la santidad es la cualidad fundamental de Dios, es su manera de ser, su trascendencia y separación de lo impuro. Los hombres no podían ver a Dios y debían purificarse para acercarse a Él. Con la encarnación del Verbo, el Nuevo Testamento presenta un cambio radical en la relación Dios-hombre. Dios se hace hombre en su Hijo Jesucristo para que el ser humano participe de su vida y santidad. Así todos los que han recibido a Jesucristo y se han unido a su Cuerpo para vivir en el Espíritu de amor como hijos de Dios son santos. La participación en la santidad de Dios nos hace parecidos a Él en nuestro ser y en nuestro actuar: “Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo.” (1Pe 1,14-16).

La santidad del ser humano no es algo que le deba llenar de orgullo, sino de alegría y agradecimiento. Comenta San Agustín a su pueblo: “Guarda mi alma, porque soy santo. No sé si alguien hubiera podido pronunciar estas palabras con toda verdad ‘porque soy santo’, fuera de aquel que se halla sin pecado en este mundo y que es perdonador de todos ellos. Reconocemos la voz del que dice ‘porque soy santo guarda mi alma’, en su condición de siervo en la que hay carne y hay alma, pues no sólo había en aquella Persona la carne y el Verbo, como algunos defienden, sino carne, alma y Verbo, y este todo es el único Hijo de Dios, el único Cristo, el único Salvador; en su condición divina igual al Padre y en su condición de siervo, Cabeza de las Iglesia. Luego cuando oigo ‘porque soy santo’, reconozco su voz ¿y apartaré aquí mi voz de la suya? Cuando habla así, habla unido inseparablemente a su cuerpo. ¿Me atreveré entonces a decir ‘porque soy santo’? Si dices que eres santo sin necesidad de alguien que te haya santificado eres un miserable soberbio y mentiroso; pero si dices que estás santificado porque se dijo ‘Sed santos, porque yo soy santo’, entonces puede atreverse a decirlo el cuerpo de Cristo y todo hombre que clama desde los confines de la tierra con su Cabeza y bajo su Cabeza diciendo ‘porque soy santo’; porque recibió el don de la santidad, la gracia del bautismo y el perdón de los pecados. Esto fuisteis vosotros, dice el Apóstol, recordando muchos pecados graves y leves, ordinarios y horribles; todo esto fuisteis vosotros, sin duda; pero fuisteis lavados, fuisteis santificados. Si dice, pues, que fuimos santificados, ¿no vamos a poder decir cada uno de nosotros ‘soy santo’? Esto no es soberbia de engreídos, sino confesión de agradecidos. Si dices que eres santo por ti mismo, eres un soberbio; en cambio, si eres un fiel cristiano, miembro de Cristo y dices no ser santo, eres un ingrato. Al censurar el Apóstol la soberbia, no quiere dice que no tienes nada, sino que dice ‘¿Qué tienes que no hayas recibido?’  No te critica porque digas que tienes lo que tienes, sino por pretender que viene de ti lo que tienes. En resumen, reconoce todo lo que tienes y reconoce que nada procede de ti; así no serás soberbio, ni desagradecido. Di a Dios ‘soy santo porque me santificaste; porque lo he recibido, no porque lo haya ganado; por don tuyo, no porque lo haya merecido. De otro modo, injuriamos a Jesucristo, nuestro Señor; pues si todos los cristianos, fieles bautizados en Él, fueron revestidos de Cristo, según dice el Apóstol ‘Cuantos en Cristo fuisteis bautizados, os habéis revestido de Cristo’. Si se hicieron miembros de su Cuerpo y dicen que no son santos están injuriando la Cabeza. Fíjate dónde estás y valora la dignidad de tu Cabeza. Efectivamente, dice el Apóstol ‘Ahora sois luz en el Señor, pero en otro tiempo erais tinieblas.’ ¿Permanecéis en tinieblas? ¿A qué vino el Iluminador, para que permanecieseis en tinieblas o para haceros luz en Él? Que todo cristiano en el Cuerpo entero de Cristo proclame por todo el mundo soportando tribulaciones, pruebas diversas y persecuciones: ‘Guarda mi alma, porque soy santo. Dios mío, salva a tu siervo, que confía en ti.’ Ya veis cómo ese santo no es soberbio, porque espera en el Señor.” (Comentario al salmo 85, 4).

Para San Agustín, la soberbia es la actitud que más aleja de Dios y por tanto de su vida y santidad. Lo más importante para el ser humano es mantener la relación humilde y continua con Dios. Comentando la parábola del fariseo y el publicano, dice Agustín a su pueblo: “Uno se ensoberbecía por sus buenas obras y el otro se humillaba por sus maldades. Fijaos, hermanos: Le agradó más a Dios la humildad en las obras malas, que la soberbia en las buenas. Ya veis cómo aborrece Dios a los soberbios y por eso terminó así: Os aseguro que bajó más justificado el publicano, que el fariseo. Y da la razón: Todo el que se ensalza será humillado; y el que se humilla será exaltado. Hermanos míos, la gran lección de humildad que Cristo nos ha dado consiste en el hecho de que Dios se ha hecho hombre. Esta es la humildad que escandaliza a los paganos, por eso nos insultan: ¿A qué clase de Dios adoráis vosotros, a uno que nació y que fue crucificado? La humildad de Cristo no agrada a los soberbios, pero si eres cristiano y te agrada, imítalo. Si lo imitas, no sufrirás: Él mismo dijo: Venid a mí todos los cansados y sobrecargados, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón. Aquí tenemos la doctrina cristiana: nadie hace algo bueno si no es por la ayuda de su gracia. El mal que el hombre hace es obra suya, lo que hace de bueno es fruto de la gracia de Dios. Cuando el hombre comience a obrar el bien, no se lo atribuya, y al no atribuírselo, dé gracias al que se lo ha concedido. Cuando haga el bien, no critique al que no lo hace, ni se considere superior, pues la gracia de Dios no se ha acabado en él, como para no llegar a otros.” (Comentario al salmo 93, 15).

Celebra con los santos y agradece a Dios tu santidad, para que la lleve a plenitud en el cielo.

P. Pedro Luis Morais Antón, agustino.