El sumo descanso
La peregrinación del hombre terminará en el día séptimo, como el mundo termina en la edad séptima; en ese día se ha llegado a la plenitud y a la visión de Dios, que es el sumo descanso que desemboca en el día del Señor: “También nosotros seremos ese día séptimo; seremos nosotros mismos cuando hayamos llegado a la plenitud y hayamos sido restaurados por su bendición y su santificación. Allí con tranquilidad veremos que Él mismo es Dios: lo que nosotros quisimos llegar a ser cuando nos apartamos de Él dando oídos a la boca del seductor: Seréis como dioses, y apartándonos del verdadero Dios, que nos haría ser dioses participando de Él, no abandonándole. Pues ¿qué es lo que conseguimos sin Él, sino caer en su cólera? En cambio, restaurados por Él y llevados a la perfección con una gracia más grande, descansaremos para siempre, viendo que Él es Dios, de quien nos llenaremos cuando Él lo sea todo para todos... Esto lo conoceremos perfectamente cuando consigamos el perfecto reposo y veremos cabalmente que Él mismo es Dios... A esta séptima edad, sin embargo, podemos considerarla nuestro sábado, cuyo término no será la tarde, sino el día del Señor, como día octavo eterno, que ha sido consagrado por la resurrección de Cristo, significando el eterno descanso no sólo del espíritu, sino también del cuerpo. Allí descansaremos y contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que habrá al fin, mas sin fin. Pues ¿qué otro puede ser nuestro fin sino llegar al reino que no tiene fin?” (La ciudad de Dios 22, 30, 4-5).
Como podemos observar la edad séptima y la octava parecen tener la misma clave de interpretación, con una referencia clara al descanso, pero sin ningún espacio de tiempo en el mundo: “Considero que debemos estudiar con el mayor interés y cuidado, por qué al séptimo día se le atribuye este descanso, pues veo en todas estas palabras de la divina Escritura como seis edades del mundo llenas de fatigas y penas y como determinadas con sus límites fijos, desembocando en una séptima en la que se espera el descanso; y que estas edades tienen una semejanza con estos seis días en los que se hicieron todas las cosas, que narra la divina Escritura haber hecho Dios” (Comentario al Génesis contra los maniqueos 1, 23, 35).
Estando en este mundo siempre estaremos en mendicidad suprema y enfermos y débiles; con frecuencia caemos en la monotonía, en el hastío, todo nos cansa: Por el contrario, el hombre cristiano no debe ser rico, sino que debe reconocerse pobre; y, si tiene riquezas, debe saber que no son ellas verdaderas riquezas, a fin de que desee otras mejores. El que desea falsas riquezas no busca las verdaderas; el que busca las verdaderas, aun es pobre y dice en su corazón: Soy pobre y doliente. Por otra parte, el que es pobre y se halla repleto de maldad, ¿cómo puede decir que es rico? Porque le desagrada ser pobre y le parece tener su corazón repleto de justicia en oposición a la justicia de Dios... Sin embargo, mientras permanecemos en este mundo, entendamos que somos pobres y necesitados, no sólo de estas riquezas, que no son verdaderas riquezas, sino también de salud. Cuando estamos sanos, comprendamos que estamos enfermos. Pues mientras este cuerpo siente hambre y sed, mientras este cuerpo se fatiga vigilando, estando de pie, andando, sentado y comiendo; mientras encuentra nueva fatiga al dirigirse a cualquier otra parte buscando alivio para su cansancio, no posee la perfecta salud en su cuerpo. Luego no son riquezas aquellas, sino mendicidad; porque cuanto más abundan, tanto más crece la indigencia y la avaricia. Luego la salud del cuerpo es enfermedad. Todos los días nos aliviamos con los medicamentos de Dios, porque comemos y bebemos; éstos son los medicamentos que se nos ofrecen. Hermanos, si queréis saber qué enfermedad nos aqueja, ved que quien no come durante siete días se consume de hambre. Luego dentro está el hambre, pero no la sientes, porque todos los días la reparas; por tanto, no tenemos la salud completa (Comentario al Salmo 122, 11).