Reflexión agustiniana

Escrito el 21/10/2023
Agustinos


Vida contemplativa

La vida contemplativa, que es gozo en la verdad, es dulzura eterna y sumamente agradable, que llena de paz y de alegría, porque es la dulzura de la verdad: “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y abráseme en tu paz” (Confesiones 10, 27, 38). Agustín siempre aspiró a estar tranquilo y ocuparse en la contemplación, así nos lo confiesa en algún momento: “En efecto, nadie me superaría en ansias de vivir en esa seguridad plena de la contemplación, libre de preocupaciones temporales; nada hay mejor, nada más dulce, que escrutar el divino tesoro sin ruido alguno; es cosa dulce y buena; en cambio, el predicar, argüir, corregir, edificar, el preocuparte de cada uno, es una gran carga, un gran peso y una gran fatiga. ¿Quién no huiría de esta fatiga? Pero el Evangelio me aterroriza” (Sermón 239, 4).

Ahí se concentran todos sus anhelos, y sus sueños: “Para lograr esto, hay que dedicarse con todas las veras del entusiasmo al ejercicio de una vida virtuosa. Es condición para que nos oiga Dios, pues a los que viven bien los oye con agrado. Ruguémosle, pues, no que nos dé riquezas y honores y otras cosas caducas y pasajeras, a pesar de toda nuestra oposición, sino que nos coime de bienes que nos mejoren y hagan dichosos. Para que se cumplan nuestras aspiraciones, a ti, sobre todo, ¡oh madre!, te encomendamos este negocio, pues creo y afirmo sin vacilación que por tus ruegos me ha dado Dios el deseo de consagrarme a la investigación de la verdad, sin preferir nada a este ideal, sin desear, ni pensar, ni buscar otra cosa. Y mantengo la confianza de que esta gracia tan grande, cuyo deseo arde en nosotros por tus méritos, la hemos dé conseguir igualmente con tus ruegos” (El orden 2, 20, 52).

Es consciente que si amamos veremos a Dios: “Ahora, si creemos, vemos; si amamos, vemos. ¿Qué vemos? A Dios. ¿En dónde está Dios? Pregunta a San Juan. Dios es caridad. Bendigamos su santo nombre; y nos gozaremos en Dios si nos gozamos en la caridad. ¿A qué enviamos lejos, para ver a Dios, al que tiene caridad? Dirija la mirada a su conciencia, y allí verá a Dios. Si no tiene caridad, Dios no mora allí; si mora en él la caridad, también habita Dios en él. Quiere quizá verle sentado en el cielo; tenga caridad, y en él habitará como en el cielo” (Comentario al salmo 149, 4). Agustín nos dice que él sólo ama la sabiduría, sólo quiere conseguirla y poder transmitirla, que otros la disfruten con él, que puede ser todo un programa también para nosotros: “Indagamos ahora cuál es su amor a la sabiduría, a la que deseas ver sin ningún velo y abrazarla con limpísima mirada tal como se da a sus rarísimos y privilegiadísimos amantes. Si amaras a una mujer hermosa y ella averiguase que tenías puesto el amor en otras cosas, fuera de su persona, con razón se te negaría; ¿y piensas que la castísima hermosura de la sabiduría se te mostrará si no es objeto único de tu afición? ¡Miserable de mí! ¿Por qué, pues, se me priva de su vista, prolongándose el tormento de mi deseo? Ya he demostrado que ningún otro amor me domina, porque lo que no se ama por sí mismo no se ama. Yo amo sólo la sabiduría por sí misma, y las demás cosas deseo poseerlas o temo que me falten sólo por ella: la vida, el reposo, los amigos. ¿Y qué límite puede haber en el amor de aquella Hermosura, por la cual no sólo no envidio a los demás, sino deseo multiplicar a sus amadores que conmigo la pretendan, conmigo la busquen, conmigo la posean, conmigo la gocen, siendo para mí tanto más amigos cuanto más común nos sea nuestra amada?” (Soliloquios 1, 13, 22).

Santiago Sierra, OSA