Habla San Agustín

Escrito el 24/10/2023
Agustinos


Música: Gregoire Lourne, Africa the Cradle of life

Preocupación por los amigos

¡Cuidado no nos acontezca esa ignorancia rayana en la demencia, no infrecuente, por cierto, en esta nuestra mísera condición, que llega a tomar un enemigo por amigo y viceversa! ¿Qué consuelo nos queda en una sociedad humana como ésta, plagada de errores y de penalidades, sino la lealtad no fingida y el mutuo afecto de los buenos y auténticos amigos? Pero cuantos más tengamos repartidos por doquier, tanto más se agranda nuestro temor de que les suceda alguno de tantos males como se amontonan por este mundo. No nos causa preocupación solamente el que puedan ser víctimas del hambre, la guerra, la enfermedad o la cautividad, y de que puestos en esta servidumbre tengan que sufrir males que ni somos capaces de imaginar. Lo que nos preocupa con una amargura infinitamente mayor es que puedan caer en la infidelidad, la malicia o la perversión. Y cuando algo así nos sobreviene (y ocurre tanto más frecuentemente cuanto más numerosos y dispersos están los amigos) y la noticia llega hasta nosotros, ¿quién se dará cuenta del fuego que abrasa nuestro corazón, sino quien lo siente en su propio ser? Preferiríamos enterarnos de su muerte, aunque también esta noticia nos causaría dolor. Si la vida de tales amigos era para nosotros un verdadero placer, por el consuelo de su amistad, ¿cómo va a ser posible que su muerte no nos cause tristeza alguna? Y si alguien llega a prohibir esta tristeza, prohíba también, si le es posible, las amistosas charlas, ponga su veto, destruya el afecto entre amigos, rompa con despiadado estupor los lazos espirituales de todo afecto humano, o bien dé normas para usar de todo ello de manera que el corazón no quede inundado por ninguna de sus dulzuras. Y si esto resulta de todo punto imposible, ¿cómo no nos va a ser amarga la muerte de quien nos es dulce la vida? De aquí arranca esa especie de lamento de todo corazón que aún se conserve humano, esa llaga, esa úlcera que para cerrarse necesita atenciones consoladoras. Decir que se restañan estas heridas tanto más pronto y sin dificultad cuanto mejor dispuesto esté el ánimo no equivale a decir que la herida no existe.

San Agustín, La Ciudad de Dios, XIX,8