Reflexión agustiniana

Escrito el 18/11/2023
Agustinos


Contigo somos agustinos

Hace apenas unas semanas, el 29 de octubre, el Papa Francisco clausuraba la Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos “por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión". El Papa Francisco convocando esta asamblea ha puesto de moda los términos “sínodo” y “sinodal” para rescatar el significado de “caminar juntos” como esencia de la Iglesia.

Aunque la Iglesia es Santa, es también pecadora. Está formada por aquellos que han acogido la invitación de Dios a ser sus hijos y que juntos, unidos al Unigénito, se ayudan en el camino de alcanzar la plenitud a la que somos llamados: “Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Todo el que tiene esta esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.” (1Jn 3,1-3).

Este mes de noviembre es un tiempo especialmente agustiniano por celebrar el cumpleaños de San Agustín, pero además de recordar su nacimiento celebramos especialmente la fiesta de todos los santos agustinos, es decir, de todos aquellos que vivieron su filiación divina al estilo de San Agustín, como fraternidad vivida en comunidad. Así lo recuerda al inicio de su Regla: “Ya que con este fin os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes y tened una sola alma y un solo corazón en camino hacia Dios.” (Regla I, 2). Con esta introducción deseo justificar la buena elección del lema de este mes: “Contigo somos agustinos”. No vivimos solos, ni caminamos en solitario, sino que caminamos juntos los hijos de Dios buscando crecer en su amor. Ser agustino es por tanto sinónimo de eclesial, de sinodal.

El don con el que Dios ha distinguido a Agustín es su personalidad caracterizada por la apertura a las relaciones humanas y al amor. En sus Confesiones, narra diferentes acontecimientos de su vida en los cuales manifiesta este espíritu de compartir la vida con los demás: desde su infancia en el juego con los coetáneos hasta su madurez en la comunidad presbiteral cuando ya es obispo de Hipona, pasando por las trastadas en grupo de adolescentes como el robo de la peras; el intento de vida común en su juventud maniquea; y, después de su conversión, la comunidad de los siervos de Dios en Tagaste, vida dedicada al estudio de la Palabra de Dios que tanto le ayudaría en su ministerio episcopal posterior.

Como obispo de Hipona anuncia a Cristo desde la comunidad formada con sus presbíteros. Desea vivir según el modelo la iglesia primitiva (Cf. Hch 2,44-47; 4,32s.) para que su predicación sea fruto de su experiencia vital. No sólo en la evangelización, sino también en la defensa de la comunión y unidad entre los miembros del cuerpo de Cristo. Agustín defenderá con gran amor a la Iglesia ante pelagianos, donatistas y todos aquellos que causaban división y discordia en el caminar juntos como fraternidad de hijos de Dios.

“¡Cuántos miles, hermanos míos, creyeron cuando colocaron a los pies de los apóstoles el precio de sus bienes! ¿Y qué dice de ellos la Escritura? que se hicieron ciertamente templos del Señor; no sólo se hizo cada uno de por sí, sino también todos ellos juntos se hicieron templo de Dios. Luego hicieron un lugar al Señor. Para que sepáis que se hizo al Señor un lugar en todos, dice la Escritura: Había en ellos una sola alma y un solo corazón en Dios. Muchos, para no hacer un lugar a Dios, buscan, aman sus cosas, se gozan de su propio poder, anhelan su interés. El que quiere hacer un lugar al Señor no debe alegrarse de su propio bien, sino del común. Los primeros cristianos hicieron comunes sus cosas propias. ¿Por ventura perdieron lo propio? Si hubieran poseído lo suyo y cada uno hubiera tenido lo propio, sólo tendrían lo que cada uno tenía; pero, al hacer común lo que era particular, también las cosas de los demás se hicieron de él. Atienda vuestra caridad. De las cosas que cada uno posee dimanan las riñas, las enemistades, las discordias, las guerras entre los hombres, los alborotos, las mutuas disensiones, los escándalos, los pecados, las iniquidades y los homicidios. ¿De qué cosas? De las que cada uno posee en particular. ¿Acaso litigamos por las que poseemos en común? Usamos del aire en común; al sol le vemos todos. Luego bienaventurados los que hacen un lugar al Señor, de tal modo que no se alegran del suyo particular. El que decía: Si entrare en el tabernáculo de mi casa, señalaba este lugar. Era propio; pero sabía que, por este lugar particular, él mismo obstaculizaba o impedía hacer lugar al Señor, y por eso conmemora las cosas que le pertenecían: "No entraré —dice— en el tabernáculo de mi casa hasta que encuentre..." ¿Qué? ¿Acaso cuando encuentres un lugar para el Señor entrarás en tu tabernáculo? O más bien, ¿no será tu mismo tabernáculo aquel en donde encuentres el lugar para el Señor? ¿Por qué? Porque tú serás este lugar del Señor, y también serás uno con aquellos que sean lugar del Señor. Luego, hermanos, nos abstengamos de la posesión de cosa particular, y, si no podemos en la realidad, a lo menos por el afecto, y hagamos lugar al Señor.” (Comentarios a los Salmos 131, 5-6).

Seamos agustinos y dejemos, pues, que el Señor transforme nuestro corazón para que caminemos todos los hermanos juntos hacia él con un mismo corazón.

P. Pedro Luis Morais Antón, agustino.