Hola, qué tal, cómo estás.
Me imagino que no muy bien, teniendo en cuenta las situaciones de violencia, guerra y muerte que hay en nuestro mundo. De divisiones, disputas, enfrentamientos por ideas, creencias, costumbres. Da la impresión de que el ser humano es un ser fallido, si norte ni concierto.
Ante esto nos preguntamos ¿No es posible un mundo de paz, de relaciones fraternas, de búsqueda del bien para todos, especialmente para los más pequeños e indefensos, pobres y necesitados? ¿No podemos llegar a acuerdos en los que todos, no solo algunos, nos sintamos escuchados, atendidos, que nos otorguen ánimo, ilusión, esperanza?
En estas situaciones de incertidumbre y zozobra, solo podemos encontrar consuelo, fuerza y sentido, en el amor. Sí, en el amor de aquellos que nos quieren desinteresadamente.
Y, entre estos, San Agustín, destaca a las personas que buscan saciar su sed de plenitud, amor, justicia y paz viviendo cerca de Cristo. Son hombres y mujeres de Dios, que nos transmiten a Dios.
Escuchemos al santo obispo de Hipona:
“Cuando estoy particularmente cansado por los malos acontecimientos del mundo, me lanzo, sin reserva, en el amor de aquellos que están cerca de mí. Sé que puedo confiar mis pensamientos y mis consideraciones a aquellos que están en poder de las llamas del amor de Cristo y han sido fieles amigos para mí. Pues confío en ellos no como con seres humanos, sino como con Dios, en el cual viven y por el cual son lo que son”
(Cartas 73, 3)
Oración
¡Señor, con tu ayuda hemos hecho lo que has mandado! ¡Prémianos como has prometido!
(Sermones 31, 6)