Reflexión agustiniana

Escrito el 02/12/2023
Agustinos

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Una nueva pedagogía

Me parece que puede ser interesante resaltar que Agustín en Casiciaco es el educador de dos discípulos que le han seguido. Es decir, en este momento se sigue en “nuestra escuela” (Del orden 1, 3, 7), enseñando y ayudando a los dos jóvenes a discernir a lo que se van a dedicar. Se puede considerar este periodo como una experiencia pedagógica original. A pesar de que todo parece que sigue igual que antes, en el aspecto pedagógico ha sucedido un cambio sustancial. Ahora se empeñará ante todo por iluminar la “forma madura” del hombre interior, superará el formalismo vacío de muchas fórmulas clásicas y se orientará decididamente hacia el problema humano, ideológico, de contenido, de la formación. Agustín tiene un concepto integral de educación que implica unificar todos los conocimientos y todas las disciplinas, ser eruditos y consagrarse al estudio de las cosas divinas, contemplarlas, entenderlas y guardarlas: “Quien no se deje seducir de ellas y cuanto halla disperso en las varias disciplinas lo unifica y reduce a un organismo sólido y verdadero, merece muy bien el nombre de erudito, dispuesto para consagrarse al estudio de las cosas divinas, no sólo para creerlas, sino también para contemplarlas, entenderlas y guardarlas... quien no sepa esto y se mete a investigar, no la naturaleza de Dios, a quien se conoce mejor ignorando, sino la naturaleza de la misma alma, caerá en toda clase de errores” (Del orden 2, 16, 44).

Agustín insiste más en el alumno que en el maestro y es que el maestro no es la causa del aprender, sino un portador de estímulos que tiene la función de animar. En la pedagogía agustiniana el centro es el discípulo, pero el maestro no es una mera figura decorativa, sino que ayuda en el proceso de alumbramiento de las ideas, de hecho, a partir de preguntas y respuestas, es decir, aplicando el método socrático, se van clarificando las cuestiones que se plantean, todos están atentos y todos participan y van avanzando en la respuesta y el planteamiento de nuevas cuestiones. Es lógico que Agustín disfrute viendo progresar a sus alumnos. Esto es lo que nos da a entender Licencio cuando dice: “Pregúntame, pues, ya, te ruego, para poder explicar con tus palabras y con las mías este no sé qué tan grande que siento” (Del orden 1, 4, 11). Es cierto que nunca se trata de una imposición arbitraria y que siempre hay que justificarlo con rigor e intentar ayudar a que los alumnos crezcan en el conocimiento de sí mismos.

Agustín cree en la ley del amor y su pedagogía lleva la impronta del amor. Es el amor a la verdad el que une al maestro y al discípulo en su búsqueda. En el libro Del orden encontramos una dura reprimenda a sus dos alumnos, por una rivalidad de vanagloria y Agustín termina apelando al amor: “Encarándome con ambos, les reprendí: Pero ¿es éste vuestro espíritu? ¡No sabéis cuan pesada carga de vicios nos oprime y qué tenebrosa ignorancia nos envuelve! ¿Dónde está aquella vuestra atención y ánimo levantado a Dios y a la verdad, de que poco ha me gloriaba yo ingenuamente? ¡Oh si vierais, aun con unos ojos tan turbios como los míos, en cuántos peligros yacemos y de qué demente enfermedad es indicio vuestra risa! ¡Oh si supierais, cuan pronto, cuan luego la trocaríais en llanto! ¡Desdichados! ¡No sabéis dónde estamos! Es un hecho común que todos los necios e ignorantes están sumidos en la miseria: mas no a todos los que así se ven, alarga de un mismo y único modo la sabiduría su mano. Y creedme: unos son llamados a lo alto, otros quedan en lo profundo. No queráis, os pido, doblar mis miserias. Bastante tengo con mis heridas, cuya curación imploro a Dios con llanto casi cotidiano, si bien estoy persuadido de que no me conviene sanar tan pronto como deseo. Si algún cariño me tenéis, si algún miramiento de amistad; si comprendéis cuánto os amo, cuánto estimo y el cuidado que me da vuestra formación moral; si soy digno de alguna correspondencia de parte vuestra; si, en fin, como Dios es testigo, no miento al desear para vosotros lo que para mí, hacedme este favor. Y si me llamáis de buen grado maestro, pagadme con esta moneda; sed buenos” (Del orden 1, 10, 29).

Santiago Sierra, OSA