Reflexión agustiniana

Escrito el 16/12/2023
Agustinos


La sabiduría

La contemplación de la verdad, que se da en el grado séptimo de ascensión, pacifica al hombre y la hace habitar en la sabiduría: “En fin, el séptimo grado es la misma sabiduría, la contemplación de la verdad, que pacifica todo el hombre y le imprime una viva semejanza con Dios, y por eso concluye con estas palabras: Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (El sermón de la montaña 1, 3, 10). Pero toda esta contemplación tiene un contrapeso y es que, como dice Agustín, nadie puede creer y callar, será necesario ser testigo de lo que crees y darlo a conocer: “Decid también vosotros: «No podemos callar lo que oímos y no anunciar a Cristo el Señor.» Que cada cual lo anuncie donde pueda, y será un mártir. Se da a veces que un hombre no sufra persecución y tema verse avergonzado. Le acontece, por ejemplo, hallarse en un banquete con paganos, y se avergüenza de proclamarse cristiano. Si tanto teme a su compañero de mesa, ¿cómo podrá despreciar al perseguidor? Anunciad, pues, a Cristo donde podáis, a quienes podáis y cuando podáis. Se os pide la fe, no la elocuencia; hable en vosotros la fe, y será Cristo quien hable. Pues, si tenéis fe, Cristo habita en vosotros. Habéis escuchado el salmo: Creí, y por eso hablé. No pudo creer y quedarse callado. Es ingrato para con quien le llena a él el que no da; todos deben dar de aquello de lo que han sido llenados. En él nace una fuente tal que conoce el manar, pero no el secarse” (Sermón 260 E, 2).

Agustín no quiere alabar él solo a dios, quiere que se le juntes otros muchos, es su dinamismo de siempre, sus amigos han participado siempre de sus inquietudes y de sus proyectos: “No quiero yo sólo engrandecer al Señor; no quiero yo únicamente amarle; no quiero entregarme yo solo a Él, pues no temo que, si yo soy abrazado por El, no pueda echar a otro las manos. Tanta es la amplitud de la Sabiduría de Dios, que todas las almas pueden ser abrazadas y gozar. Y ¿qué diré, hermanos? Avergüéncense los que de tal modo aman a Dios, que envidian a otros… Excitad el amor en vosotros, hermanos, y gritad a cada uno de los vuestros y decid: Engrandeced conmigo al Señor. Hállese este fervor en vosotros. ¿Por qué se os recitan y exponen estas cosas? Si amáis a Dios, arrebatad al amor de Dios a todos los que con vosotros están unidos y a todos los que se hallan en vuestra casa. Si por vosotros es amado el cuerpo de Cristo, es decir, la unidad de la Iglesia, arrebatadlos a gozar y decidles: Engrandeced conmigo al Señor” (Comentario al salmo 33, 2, 6). Pero hemos de ser conscientes: “Si el ministro no se inflama al predicar, no enciende a quien predica” (Comentario al salmo 103, 2, 4).

Agustín nos invita a contemplar siempre, hagamos lo que hagamos y tengamos la tarea que sea, también porque si somos contemplativos, nuestra predicación será más convincente, nuestra evangelización estará respaldada: “¿Quieres otorgar un buen predicamento a la enseñanza que amas? No rehúyas la labor ministerial. Que esto acontece en la Iglesia, lo ve quien presta atención. La experiencia nos muestra lo que advertimos en los libros. ¿Quién no ve que esto acontece en todo el orbe de la tierra? ¿Quién no ve que vienen todos de las obras del siglo y pasan al ocio de conocer y contemplar la verdad como al abrazo de Raquel, y que, de repente, les arrastran las necesidades de la Iglesia y les disponen al trabajo como si le dijera Lía: Entrarás a mí? Gracias a quienes dispensan castamente el misterio de Dios, para engendrar hijos a la fe en la noche de este mundo, los pueblos alaban también aquella vida por cuyo amor, una vez convertidos, abandonaron la esperanza mundana, y por profesar la cual fueron tomados para la tarea misericordiosa de gobernar al pueblo” (Contra Fausto 22, 58).

De lo que se trata es de buscar siempre la verdad y cuando tenemos que dedicarnos a otras cosas que no nos despistemos y tengamos nostalgia de la verdad: “Así, pues, todos pueden aplicarse a la búsqueda y al estudio de la verdad, en que consiste el ocio loable; pero el lugar superior, sin el cual el pueblo no puede ser gobernado, aunque sea como es debido, es indecoroso desearlo. Por eso, el amor a la verdad busca el ocio santo, y la necesidad de la verdad carga con el negocio justo. Si nadie nos impone esta carga, debemos entregarnos a la búsqueda y a la contemplación de la verdad. Y si alguien nos la impone, debemos aceptarla por necesidad de la caridad. Aun en este caso no deben abandonarse de plano las dulzuras de la verdad, no sea que, privados de esa suavidad, nos oprima la necesidad.” (La ciudad de Dios 19, 19).

Santiago Sierra, OSA