Hola, qué tal, cómo estás.
Este domingo pasado hemos celebrado el “domingo guadete”, palabra que hace referencia a la alegría. Sí, alegría porque dentro de unos pocos días, concretamente el 24 de diciembre, vamos a recordar el nacimiento de Jesús.
Un recuerdo no solo de algo que ocurrió en el pasado, sino que acontece ahora en el presente, Jesús nos nace hoy, y un anticipo de su venida definitiva al final de los tiempos.
Así, en esta noche de Navidad se unen el pasado, el presente y el futuro de Jesús y, con él, el de toda la humanidad.
Desde la fe afirmamos que, en el niño que ve la luz en Belén, Dios entra de forma personal en la historia terrena de los hombres y mujeres, y la convierte en historia de salvación.
Estos días, con tantas crispaciones, guerras, violencias, muertes, le decía al Señor: necesitamos un maestro, un guía, un ilusionador de mentes y corazones. Y, al momento, Él me contestaba: pues ya te mandé a mi Hijo Jesús, tu hermano mayor.
Es cierto, asentía. Lo que ocurre es que no le hacemos mucho caso, le vemos lejos. Por eso, me surge la necesidad imperiosa de recuperar a Jesús en esta Navidad, para vivirlo como nos indica San Agustín en el siguiente texto:
“Id hacia Dios, hombres, directamente a través de Cristo. El Verbo que estaba lejos de vosotros se ha hecho hombre en medio de vosotros. Cristo es tanto el camino sobre el que andáis, como puerto hacia el cual dirigís vuestro camino”.
(Sermones 261.7)
Oración:
”Haz que ahora te busque, Señor, volviéndome hacia ti. Y haz que me vuelva a ti, creyendo en ti, pues nos has sido anunciado. Mi fe se dirige a ti; una fe que tú has inspirado en mí por medio de la encarnación de tu Hijo, por medio del ministerio de tu anunciador”.
(Confesiones 1,1)