Historia y personajes

Escrito el 21/12/2023
Agustinos


Convento de San Agustín de Toro

Este convento de la ciudad de Toro, provincia de Zamora, se llamó en sus orígenes de San Pelayo y la iglesia de Ntra. Sra. de Gracia. Se fundó el convento el año 1544 gracias al patronato de Don Diego de  Rivero, sobre unas casas y priorato de San Pelayo, pertenecientes al monasterio de San Zoilo de Carrión. Estaba en la zona Este de la ciudad, muy cerca del antiguo alcázar, en una plaza que se llamará de San Agustín.

En el capítulo provincial celebrado en Toledo en 1548 se aceptó la donación de la familia Rivero, señalando los derechos y deberes de las partes. Pero habrá que esperar al siglo XVII para que gracias a la donación del juez eclesiástico D. Francisco Becerra se pudiera terminar de construir el convento y la iglesia. Para ello se contrató los servicios del arquitecto Juan de Répide y Francisco Cillero. Se trataba de una iglesia de una sola nave, con capillas en hornacinas, crucero y capilla mayor. La cubierta se sustentaba sobre pilastras, con arcos fajones y lunetos en el techo.

La fachada era plana, sin usar el típico frontón, aunque en los años siguientes se introdujeron otras variaciones. Finalmente la planta de la iglesia fue de cruz latina, sin capillas laterales. El crucero se cubría con una bóveda de media naranja. Todo el techo estaba decorado con elementos de yeserías geométricas y en las cuatro pechinas se pintaron los santos de la Orden Agustina. Muchos años después la familia de los Vivero pidió que en la fachada del templo se colocaran las armas de su dinastía.

En este convento vivían unos diez religiosos y ejercía como parroquia. Tenía noviciado adonde acudían los candidatos de la zona, y entre estos hay que destacar a Fr. Francisco Jiménez, que después de estudiar Artes y Teología residió en el convento de Sarria, Lugo. En 1581 se embarcó para América, predicando en Perú hasta los últimos años de su vida. Falleció en el gran convento de Lima con fama de santo, el 11 de noviembre de 1619.

Los agustinos atendían a los parroquianos de la ciudad y asistían a varios pueblos de los alrededores. También predicaban los sermones en la colegiata románica de Santa María la Mayor. Como sucedió con los conventos y monasterios del clero regular fue desamortizado en 1835 y los tres religiosos que todavía residían tuvieron que salir. Sus propiedades se vendieron en pública subasta y también el edificio conventual. La iglesia tuvo diversos usos y durante mucho tiempo fue matadero de la ciudad. El resto del edificio se convirtió en viviendas que han llegado en uso hasta nuestros días.

El recuerdo de los agustinos se conserva en la plaza delantera, llamada de San Agustín, en una de las puertas de la ciudad, así como las ferias y fiestas.

Fr.  Ricardo Paniagua