Historia y personajes

Escrito el 04/01/2024
Agustinos


Convento de Ntra. Sra. de Regla de Chipiona

El convento de Chipiona tenía un hermoso santuario junto a la orilla del mar y su fundación se relaciona con leyendas sobre la llegada de San Donato y sus compañeros. Lo que es cierto es que Don Pedro Ponce de León, segundo señor de Marchena y de Rota y gran devoto de la Orden de San Agustín, cedió a los agustinos  la ermita de Ntra. Sra. de Regla en 1399, con autorización del Arzobispo de Sevilla D. Gonzalo de Mena.

En 1472 el Prior General Fr. Jacobo de Áquila confió el convento a Fr. Alonso de Sevilla, aunque en los años siguientes hubo varios conflictos internos. Por esos años fue elegido prior provincial de Andalucía Fr. Antonio de Córdoba. Desde el convento de Córdoba inició un proceso de reforma para crear un grupo de conventos observantes en Andalucía, siguiendo el modelo del reformador P. Alarcón. Una vez instaurada la observancia en Chipiona ya nunca decayó la disciplina.

Con el tiempo este convento recibió muchas donaciones y limosnas por los devotos de la Virgen de Regla, y muchas veces de los marinos que venían de Indias, ya que lo primero que veían en la costa era el santuario mariano de Chipiona. Desde la fundación de la Provincia de Andalucía, Chipiona perteneció a dicha provincia. Aquí tomo el hábito Fr. José de Jesús Muñoz Capilla, que regentó una cátedra de Artes en el convento de Córdoba. Fue propuesto para el obispado de Salamanca y Gerona, pero renunció.

La iglesia del convento era pequeña, de tres naves, situando en la capilla mayor el altar con la Virgen de Regla con mucho adorno. La sacristía era una pieza amplia y muy adornada, conteniendo muchas reliquias y ricos ornamentos. El edificio conventual daba cabida a unos treinta frailes, con dos claustros. Este convento tenía Noviciado y se creó una escuela gratuita para niños pobres, a los que se daba alimentación y vestido, según la orden real. Vivían en el convento unos 25 religiosos en el siglo XVIII y también existía una hospedería para acoger a los peregrinos que venían al santuario, sobre todo en septiembre. Como otros conventos, ofrecían la predicación y el confesonario en los pueblos de alrededor.

Con la invasión francesa se requisaron bienes y alhajas, aunque al ser corto el tiempo se pudo recuperar la mayoría. Al llegar la desamortización tuvieron que abandonar el convento los ocho religiosos que permanecían allí, aunque se quedaron tres para cuidar del servicio del santuario. Años después se entregó a los misioneros franciscanos, que lo convirtieron en seminario de misioneros para Marruecos. A final de siglo el santuario quedó destruido, pero los Duques de Montpensier que veraneaban en la zona pagaron la construcción de un nuevo santuario a la orilla del mar, y que ha llegado hasta nuestros días.

Fr.  Ricardo Paniagua