Reflexión agustiniana

Escrito el 13/01/2024
Agustinos


La espiritualidad agustiniana

En Casiciaco podemos apreciar el despertar de la espiritualidad agustiniana. La estancia en Casiciaco señala un punto de no retorno en la vida de Agustín. Se comienzan a manifestar y consolidar sus convicciones. En las páginas escritas allí se descubre la situación espiritual de Agustín. La reflexión sobre temas filosóficos alimenta su experiencia interior y le encamina hacia la meditación. La idea de Dios está plenamente presente, aunque en cada momento está revestida y presentada de diversas maneras: Por ejemplo, en el Contra académicos representa la verdad, en La vida feliz es una medida de la perfección, mientras que en el Del orden es el ser absoluto. Este Dios cosmológico e ideal convive con el Dios de la experiencia humana que estalla en los Soliloquios, donde Dios asume contornos humanizados y Agustín lo compara a la luz, al bien, a la belleza, a la armonía.

En Casiciaco la fe se inserta en el proceso del filosofar en cuanto admisión del límite del pensamiento humano en la búsqueda de la verdad. Así la fe se convierte en el presupuesto para un conocimiento que va más allá del filosofar, dado que el pensamiento humano es capaz de la verdad, aunque no de la verdad absoluta. En el libro La vida feliz, tener a Dios significa participar de Dios. Mientras que en el Del orden estar con Dios quiere decir tener conocimiento, mediante el pensamiento y la obra, del sentido de la vida, en cambio tener a Dios significa poseer en sí la perfección ideal como valor. En Soliloquios vuelve la relación entre fe y razón, entendiendo por fe el conocimiento del propio límite, que no se expresa con creer, sino como estímulo para la búsqueda. A la fe se le puede pedir poder superar el límite que nos impide conseguir la verdad. Lo ocurrido en Casiciaco da testimonio de una fase crucial de la conversión de Agustín. Pero Agustín busca la verdad no solo a través de la fe sino también con la mente: “Con todo, aun hallándome ya en los treinta y tres años de la vida, creo que no debo desconfiar de alcanzarla alguna vez, pues, despreciando los bienes que estiman los mortales, tengo propósito de consagrar mi vida a su investigación. Y como para esta labor me impedían con bastante fuerza los argumentos de los académicos, contra ellos me he fortalecido con la presente discusión. Pues a nadie es dudoso que una doble fuerza nos impulsa al aprendizaje: la autoridad y la razón. Y para mí es cosa ya cierta que no debo apartarme de la autoridad de Cristo, pues no hallo otra más firme” (Contra académicos 3, 20, 43).

En Casiciaco Cristo es mucho más que un maestro de moralidad y se insiste en defender la verdadera divinidad del Hijo (Cf. Del orden 1, 10, 29). Se afirma abiertamente la Encarnación (Cf. Del orden 2, 5, 16). Cree que es la Verdad y la Sabiduría de Dios: “Por divina autoridad sabemos que el Hijo de Dios es la Sabiduría de Dios; y ciertamente es Dios el Hijo de Dios. Posee, pues, a Dios el hombre feliz, según estamos de acuerdo todos desde el primer día de este banquete. Pero ¿qué es la Sabiduría de Dios sino la Verdad?” (La vida feliz 4, 34). La cristología de Casiciaco contiene en germen lo que después fue. En la oración introductoria de Soliloquios se pide a Dios que nos conceda su gracia para reconocer los signos y que nos de lo que necesitemos para encontrarnos con Él: “Esto hago, Padre, porque esto sólo sé y todavía no conozco el camino que lleva hasta ti. Enséñamelo tú, muéstramelo tú, dame tú la fuerza para el viaje. Si con la fe llegan a ti los que te buscan, no me niegues la fe; si con la virtud, dame la virtud; si con la ciencia, dame la ciencia. Aumenta en mí la fe, aumenta la esperanza, aumenta la caridad” (Soliloquios 1, 1, 5).

También nos presenta el misterio de la Trinidad. En Soliloquios se dice que en la Trinidad hay concordia y reposo: “Todo cuanto he dicho eres tú, mi Dios único; ven en mi socorro, una, eterna y verdadera sustancia, donde no hay ninguna discordancia, ni confusión, ni mudanza, ni indigencia, ni muerte, sino suma concordia, suma evidencia, soberano reposo, soberana plenitud y suma vida; donde nada falta ni sobra: donde el progenitor y el unigénito son una misma sustancia” (Soliloquios 1, 1, 4).

En Casiciaco encontramos el deseo de conquistar la interioridad dominando los sentidos y sin seguir las opiniones. Morar dentro nos hace comprender en su justa medida lo que nos rodea. Para Agustín es evidente la necesidad de la vida interior y es que él mismo había experimentado lo que es estar disperso y alejado de sí: “Así el ánimo, desparramado de sí mismo, recibe golpes innumerables y vese extenuado y reducido a la penuria de un mendicante cuando toda su naturaleza lo impulsa a buscar doquiera la unidad y la multitud le pone el veto” (Del orden 1, 2, 3). 

Santiago Sierra, OSA