Reflexión agustiniana

Escrito el 06/04/2024
Agustinos


Con Cristo somos nuevos

Desde la aparición del relato “El vampiro” al inicio del siglo XIX, una nueva forma de expresar el deseo de mantener vida y juventud eternamente ha impregnado los relatos y películas de moda entre adolescentes y jóvenes. No es extraño pues el corazón del ser humano encierra el deseo de vida plena y eterna, de vida feliz. El corazón no se contenta con disfrutar unos pocos años de esta vida llena de tropiezos y sufrimientos, generalmente consecuencia de malas decisiones nuestras o de nuestros prójimos, es decir, consecuencia de nuestra ignorancia y pecado.

Apenas concluida la Semana Santa en la cual los creyentes hemos acompañado al Hijo de Dios en su pasión y muerte causadas por el egoísmo y orgullo humanos, entramos en el tiempo de Pascua. Celebramos durante este tiempo su resurrección triunfo de su amor sobre el pecado y la muerte. Amor que no solamente restaura la naturaleza humana degradada por el pecado, sino que también nos abre la puerta a una nueva dimensión y naturaleza. En la primera creación Dios hace al ser humano creatura a su imagen y semejanza, pero a través de la redención de Cristo le regala la posibilidad de ser hijo por adopción. Este don es nuevo y es una nueva realidad o naturaleza que recibimos por la unión con Cristo único hijo de Dios. San Pablo dice que en Cristo somos nuevos: “Si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.” (2Co 5,17).

La mentalidad social actual ha elevado la categoría de los animales dotándolos de derechos y contrariamente ha reducido al ser humano a un simple animal un poco más evolucionado. Necesitamos recuperar el valor de la naturaleza humana que creada a imagen y semejanza de Dios, por su amor y gracia está llamada a participar de la vida plena y feliz de Dios.

Agustín enseña que la vida nueva será una nueva creación al final de los tiempos, pero no todos tendrán la plenitud de la vida feliz, solo aquellos que han sido renovados en su alma por la fe: “Les dice Jesús también a sus discípulos: Os aseguro que cuando llegue la nueva creación y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. [...] Con el término la nueva creación quiso aludir Jesús, sin lugar a dudas, a la resurrección de los muertos. De hecho, nuestra carne recibirá una nueva creación por la incorruptibilidad, lo mismo que nuestra alma la recibe por la fe.” (La ciudad de Dios XX, 5, 3).

La vida nueva de hijos de Dios es “un ya, pero todavía no”, porque solo llegará a plenitud al final de los tiempos. En nuestra mentalidad impregnada de la impaciencia y lo inmediato cuesta acoger este anuncio con fe y esperanza. El ahora del cristiano es acoger con fe el Espíritu del Resucitado, conformarse con Cristo por amor y caminar con esperanza hacia la vida nueva plena en cuerpo y alma. La resurrección de Cristo es don de Dios y acogida de la vida nueva por los creyentes en Cristo y así lo enseñaba Agustín a su pueblo: “Centremos nuestra reflexión, amadísimos, en la resurrección de Cristo, pues del mismo modo que su pasión fue símbolo de nuestra antigua vida, así su resurrección encierra el misterio de la vida nueva. Por eso dice el Apóstol: Por medio del bautismo, hemos sido sepultados con Cristo para la muerte, a fin de que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así también nosotros caminemos en la vida nueva. Creíste y te has bautizado: murió la vida antigua, recibió la muerte en la cruz, fue sepultada en el bautismo. Ha sido sepultada la vida antigua, en la que viviste mal; resucite la nueva. Vive bien; vive para vivir; vive de manera que, cuando mueras, no mueras. Considerad, amadísimos, lo que en el evangelio dijo el Señor al hombre que curó: Ve que has sanado; no peques más, no sea que te acontezca algo peor. Esta frase nos había dejado sin escapatoria y en sumo aprieto; pero su misericordia nunca nos abandona. Puesto que aquí es imposible vivir sin pecado, dejó a los bautizados una oración para que digamos a diario: Perdona nuestras deudas. Hay deudas; la oración es la fianza para todas, pero no cesamos de convertirnos en deudores. Estamos hablando de cómo obtener el perdón diario; pero no por eso debemos quedar tranquilos viviendo en la lujuria, en la maldad y en el delito. No debemos contar a los pecados entre nuestros amigos; los hemos vomitado y aborrecido; no volvamos, como los perros, a nuestro vómito. Y si se nos filtran, que sea sin quererlo nosotros, sin amarlos ni buscarlos afanosamente, pues quien quiera tener como amigo al pecado será enemigo de quien vino a quitar los pecados al no tener él ninguno. Hermanos míos, reflexionad sobre lo que estoy diciendo: quien es amigo de la enfermedad es enemigo del médico. Dime qué pretendería con su venida el médico, si estuvieras físicamente enfermo y viniera a ejercer su profesión; ¿qué querría sino sanarte? Siendo amigo tuyo, necesariamente tendría que ser enemigo de la fiebre; pues, si amara tu fiebre, no te amaría a ti. Él odia, por tanto, tu fiebre; para luchar contra ella entró en tu casa, subió a tu habitación, se acercó a tu lecho, te tomó el pulso, te dio órdenes, te recetó medicamentos y te los aplicó; todo lo hizo para luchar contra ella, todo por ti. […] Si te unes al médico en la lucha contra la fiebre, seréis dos; si te pones de parte de la fiebre, el médico queda derrotado, pero el mal no es para el médico, sino para el enfermo. Lejos de nosotros pensar que Cristo médico vaya a ser vencido en aquellos a los que conoció de antemano y a los que predestinó; porque a esos mismos los llamó, y a los que llamó los justificó, y a los que justificó los glorificó. Refrenad los vicios; reprimid las pasiones, que el diablo y sus ángeles se reconcoman de envidia. Si Dios está con nosotros, ¿quién está contra nosotros?” (Sermón 229 E, 3).

Celebra y acoge la vida nueva en el Resucitado porque te hace hijo de Dios, no solo su creatura.

P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.