Reflexión agustiniana

Escrito el 27/04/2024
Agustinos

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Distintos ámbitos de paz

Agustín nos presenta una serie de definiciones geniales referidas a la paz tanto en el orden individual como en el social. Va de forma ascendente subiendo de los cuerpos a las almas, de las almas a la paz social que aparece en las familias y que se extiende a la ciudad, a la nación, a la sociedad humana y que llega hasta la ciudad celeste, la de la perfecta concordia y hermosura. Termina con la definición general: “La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden” (La ciudad de Dios 19, 13, 1).

Para que alguien tenga paz es necesario que tenga armonía interna y externa. El cuerpo ha de estar equilibrado y el alma en una satisfacción ordenada de los apetitos. La paz interna depende del buen orden que exista entre el cuerpo y el alma y la salud. La paz entre los hombres llega con la concordia, con la unidad de corazones. La paz de la familia se establece cuando hay un arreglo armonioso entre la autoridad y la obediencia, entre las personas que conviven. La paz en la comunidad política se basa en una armonía entre los gobernantes y los gobernados. Así nos lo dice Agustín: “La paz del cuerpo es el orden armonioso de sus partes. La paz del alma irracional es la ordenada quietud de sus apetencias. La paz del alma racional es el acuerdo ordenado entre pensamiento y acción. La paz entre el alma y el cuerpo es el orden de la vida y la salud en el ser viviente. La paz del hombre mortal con Dios es la obediencia bien ordenada según la fe bajo la ley eterna. La paz entre los hombres es la concordia bien ordenada. La paz doméstica es la concordia bien ordenada en el mandar y en el obedecer de los que conviven juntos. La paz de una ciudad es la concordia bien ordenada en el gobierno y en la obediencia de sus ciudadanos. La paz de la ciudad celeste es la sociedad perfectamente ordenada y perfectamente armoniosa en el gozar de Dios y en el mutuo gozo en Dios. La paz de todas las cosas es la tranquilidad del orden. Y el orden es la distribución de los seres iguales y diversos, asignándole a cada uno su lugar” (La ciudad de Dios 19, 13, 1).

En la vida presente siempre nuestra paz es una paz tensa, anhelante, es la paz que se aspira pero que no se tiene en plenitud, y es que la paz perfecta no es de aquí porque la perfección de la paz sólo llega cuando la paz es permanente, cuando está asegurada y no se puede perder, cuando colme todos nuestros anhelos: “¿Consiste la felicidad en tener hijos sanos, hijas adornadas, despensas abastecidas, abundantes ganados, en no padecer destrucción alguna, no digo en una pared, pero ni siquiera en un cercado; en no tener tumulto y griterío en las plazas, sino paz, abundantes provisiones en las casas y en las ciudades? ¿No es ésta la felicidad? ¿Deben los justos huir de ella?... ¿No es ésta una felicidad? Concedamos que sí, pero deleznable. ¿Qué quiere decir "deleznable"?  Fugaz, temporal, mortal, terrena. No quiero que te refugies en ella, pero menos que la juzgues por verdadera” (Comentario al salmo 143, 18). Es decir, para que nuestra paz y felicidad sean reposadas, tranquilas y perfectas es necesario que no tengan la posibilidad de cesar, que no terminen: “Porque si la felicidad es la posesión del bien mejor, del bien que nosotros llamamos sumo bien, ¿cómo puede incluirse en tal definición quien no ha llegado todavía a su sumo bien? O ¿cómo es sumo bien, si hay algo mejor que podamos nosotros adquirir? Este bien, si existe, debe ser de tal naturaleza, que no se pueda perder contra nuestra voluntad; pues nadie pone confianza en un bien que ve se le pueden arrebatar, aunque tenga la firme voluntad de retenerlo y conservarlo. Y el que no posee con confianza el bien que goza, ¿puede ser feliz con el temor que tiene de perderlo?” (Las costumbres de la Iglesia 1, 3, 5)

Santiago Sierra, OSA