"Todo es bueno"
San Agustín, en su época de sacerdote y los primeros años de obispo, continuó con la tarea que había comenzado apenas fuera bautizado: rebatir a la secta de los maniqueos, en la que él mismo había estado metido durante nueve años.
Para esta secta, todos los seres vivientes que se encuentran en la tierra tienen dentro de sí dos principios supremos que los dirigen: uno bueno (la luz, lo divino) y otro malo (la tiniebla, la materia).
De esta manera, el ser humano, que es un ser viviente, tiene dentro de sí un elemento bueno y otro malo, que son los que causan el bien y el mal que el hombre realiza. Así los maniqueos dicen que la humanidad no tiene libertad para escoger el bien o el mal, pues son estas fuerzas las que actúan por sí solas.
Frente a la creencia que tiene esta secta de los dos principios, la luz y las tinieblas, Agustín dice que solo existe un principio supremo, que es el Dios bueno, creador de todo cuanto existe con absoluta libertad, por amor.
En consecuencia, todo lo que existe en el mundo, en cuanto fue creado por Dios, es sustancialmente bueno. No existe nada que sea malo por naturaleza. El hombre, con su propia libertad, es el que decide apartarse de Dios, el que escoge entre el bien y el mal.
Agustín se sirve en su lucha contra la secta de los maniqueos de todas sus armas como son la escritura, la predicación, el debate público. Pero siempre respeta al contrario. Con esto su objetivo es doble: descubrir el error y salvar al que yerra, recuperándole para la verdadera fe cristiana.
En esto Agustín fue todo un maestro, y su vida se guio por este principio que el acuñó en la frase: “Odia el error y ama al hombre que yerra”.
Pero de esto y mucho más seguiremos hablando en el próximo espacio de “Sabías que…”