"Promotor de la unidad II"
Lo que busca en todo momento Agustín, ya sea en su etapa de sacerdote como de obispo, es devolver la unidad a los cristianos que, en el norte de África, estaban divididos entre donatistas y católicos.
A los donatistas les mostró, con la Biblia en la mano, que Cristo había redimido con su sangre al mundo entero, no sólo a los norteafricanos. Que era un sueño la existencia de una Iglesia pura, sin mancha, que ellos pretendían ser.
El obispo de Hipona les rebatió su creencia de que la actuación de Cristo dependía de la conducta humana. Les decía ¿acaso el que un hombre o mujer sean pecadores incapacita a Cristo para que obre a través de ellos? Agustín afirmaba contundentemente que Cristo está por encima de toda la miseria humana y se sirve aún de pecadores para otorgar su gracia, para hacer el bien.
Y es que los donatistas consideraban que solo ellos tenían el Espíritu Santo, que eran los buenos, los elegidos, la auténtica Iglesia de Cristo. Para ellos, los católicos eran los pecadores, los malos, su Iglesia era falsa y, por lo tanto, los sacramentos que impartían no eran válidos.
Ante esto Agustín les decía que la eficacia, la autenticidad de los sacramentos no dependen del sacerdote u obispo que los administre, sino que es Cristo quien actúa por medio de los hombres, sean o no estos pecadores.
El obispo de Hipona consiguió, en no muchos años, que los católicos fueran mayoría en su diócesis; poco a poco, fue reduciendo al silencio a sus opositores donatistas.
Y su actuación incansable en el resto de África, preparó el campo para la desaparición de la Iglesia donatista, que tuvo lugar, oficialmente, en el año 411, después de un siglo de lucha, aunque todavía pasarían unos años más para su eclipse total.
De esta manera han pasado a la historia las discusiones entre Agustín y los donatistas. Nadie duda del papel fundamental que tuvo el santo para que se acabara esta herejía.
Pero la vida de Agustín tuvo muchos más matices, de ellos seguiremos hablando en el próximo espacio de “Sabías que…”.