Reflexión agustiniana

Escrito el 13/07/2024
Agustinos


Contigo somos alternativa

Satanás es el padre de la mentira porque en el inicio de la creación del hombre ya engañó a nuestros primeros padres para separarlos del amor de Dios y continúa enredándonos para mantenernos en su lejanía. Podemos creer que Lucifer (Ángel de la luz) está de fiesta en este “tiempo de la mentira”, hasta el punto de utilizar el eufemismo “tiempo de la posverdad” para referirnos a nuestros días. Cada vez más nuestra sociedad se aleja de Dios porque el ser humano quiere hacerse como Él sin Él. Es la tentación que recorre todas las generaciones y para luchar contra ella el Padre nos ha enviado una alternativa en su Hijo Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

También Agustín sufrió en su tiempo las “alucinaciones” causadas por su soberbia y deseo de satisfacer el amor a sí mismo. Dice la sabiduría popular: “Dime de lo que presumes, te diré de lo que careces”. Los maniqueos embaucaron a Agustín con la palabra “verdad” que tenían siempre en su boca y así nos lo narra en su Confesiones: “De este modo vine a dar con unos hombres que deliraban soberbiamente, carnales y habladores en demasía, en cuya boca hay lazos diabólicos y una liga viscosa hecha con las sílabas de tu nombre, del de nuestro Señor Jesucristo y del de nuestro Paráclito y Consolador, el Espíritu Santo. Estos nombres no se apartaban de sus bocas, pero sólo en el sonido y ruido de la boca, pues en lo demás su corazón estaba vacío de toda verdad. Decían: «¡verdad! ¡verdad!», y me lo decían muchas veces, pero jamás se hallaba en ellos; antes decían muchas cosas falsas, no sólo de ti, que eres verdad por esencia, sino también de los elementos de este mundo, creación tuya, sobre los cuales, aun diciendo verdad los filósofos, debí haberme remontado por amor de ti, ¡Oh Padre mío sumamente bueno y hermosura de todas las hermosuras! ¡Oh Verdad, Verdad!, cuán íntimamente suspiraba entonces por ti desde los meollos de mi alma, cuando aquéllos te hacían resonar en torno mío frecuentemente y de muchos modos, bien que sólo de palabras y en sus muchos y voluminosos libros. Éstos eran las bandejas en las que, estando yo hambriento de ti, me servían en tu lugar el sol y la luna, obras tuyas hermosas, pero al fin obras tuyas, no tú, y ni aun siquiera de las principales. Porque más excelentes son tus obras espirituales que estas corporales, siquiera lucidas y celestes. Pero yo tenía hambre y sed no de aquellas primeras, sino de ti misma, ¡oh Verdad, en quien no hay mudanza alguna ni obscuridad momentánea. Y continuaban aquéllos sirviéndome en dichas bandejas espléndidos fantasmas, en orden a los cuales hubiera sido mejor amar este sol, al menos verdadero a la vista, que no aquellas falsedades que por los ojos del cuerpo engañaban al alma.” (Confesiones III, 6, 10).

Tendrá que hacer una larga peregrinación de más de treinta años hasta que, harto de comer las bellotas de los cerdos decide volver a la casa del Padre, en el encuentro de Jesucristo Camino, Verdad y Vida. En sus reflexiones se pregunta por qué es tan difícil aceptar la verdad cuando es por todos deseada: “Todos desean la vida feliz; todos quieren esta vida, la sola feliz; todos quieren el gozo de la verdad. Muchos he tratado a quienes gusta engañar; pero ninguno que desee ser engañado. ¿Dónde conocieron, pues, la vida feliz sino allí donde conocieron la verdad? Porque también aman a ésta por no querer ser engañados, y cuando aman la vida feliz, que no es otra cosa que gozo de la verdadciertamente aman la verdad; mas no la amaran si no hubiera en su memoria noticia alguna de ella. Pero ¿por qué la verdad genera el odio y se les hace enemigo tu nombre, que les predica la verdad, amando como aman la vida feliz, que no es otra cosa que gozo de la verdad? No por otra cosa sino porque de tal modo se ama la verdad, que quienes aman otra cosa que ella quisieran que esto que aman fuese la verdad. Y como no quieren ser engañados, tampoco quieren ser convictos de error; y así, odian la verdad por causa de aquello mismo que aman en lugar de la verdad. La aman cuando brilla, la odian cuando les reprende; y porque no quieren ser engañados y gustan de engañar, la aman cuando se descubre a sí y la odian cuando les descubre a ellos. Pero ella les dará su merecido, descubriéndolos contra su voluntad; ellos, que no quieren ser descubiertos por ella, sin que a su vez ésta se les manifieste. Así, el alma humana, ciega y lánguida, torpe e indecente, quiere estar oculta, no obstante que no quiera que se le oculte nada. Pero lo que le sucederá es que ella quedará descubierta ante la verdad sin que ésta se descubra a ella. Pero, aun así, infeliz como es, quiere más gozarse con la verdad que con la mentira. Bienaventurado será, pues, si libre de todo impedimento se alegra de sola la verdad, por quien son verdaderas todas las realidades. (Confesiones X, 23, 33-34).

Agustín nos propone el encuentro personal con Jesucristo como alternativa  a este mundo de la mentira (posverdad) a través de la meditación de la Sagrada escritura: “Como ya os he expuesto y debéis retener, cosa que os debo recomendar todavía con mayor vehemencia y solicitud, la ley fue dada para que el hombre se encontrara a sí mismo; no para que le sanara de la enfermedad, sino para que, creciendo la enfermedad a causa de la transgresión, buscara al médico. ¿Y quién es este médico sino el que dijo: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos? Por tanto, quien no reconoce al Creador niega con soberbia a su autor. A su vez, quien niega estar enfermo, considera superfluo al Sanador. Así, pues, alabemos al Creador por nuestra naturaleza y busquemos al Sanador, a causa del mal que nosotros mismos nos infligimos. ¿Cómo buscamos al Sanador? ¿Para que nos dé la ley? Poca cosa es: Pues si se nos hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia procedería, ciertamente, de la ley. Si, pues, no se dio una ley que pudiese vivificar, ¿para qué se otorgó? A continuación, indica para qué se dio: incluso así se dio en tu ayuda, para que no te consideraras sano. Pues si se nos hubiese dado una ley que pudiese vivificar, la justicia procedería, ciertamente, de la ley. Y como si preguntáramos ¿para qué, entonces, se otorgó la ley? Pero la Escritura —dice— lo encerró todo bajo pecado para que se otorgase la promesa a los creyentes por la fe en Jesucristo. Cuando le escuchas haciendo una promesa, espera su cumplimiento. La naturaleza humana, por su libre voluntad, fue capaz de herirse; pero una vez herida y enferma, ya no es capaz de sanarse por su libre voluntad. Por tanto, si se te antoja vivir libertinamente hasta enfermar, para ello no necesitas del médico; para caer te bastas a ti mismo. Pero si, por vivir libertinamente, comienzas a enfermar, ya no puedes librarte de la enfermedad como pudiste precipitarte en ella por tu intemperancia. Con todo, el médico ordena la templanza aun al que está sano. Así obra el buen médico, porque no quiere que un hombre tenga necesidad de él por haber enfermado. Del mismo modo Dios, el Señor, tuvo a bien ordenar la templanza al hombre creado sin vicio alguno. Si él la hubiese guardado, no habría deseado después un médico para su enfermedad. Mas, puesto que no la guardó, se debilitó, cayó. El enfermo creó otros enfermos, es decir, el enfermo engendró otros enfermos. Y, sin embargo, en cuantos nacen, aunque enfermos, Dios obra el bien: forma y vivifica su cuerpo, otorga el alimento y concede su lluvia y su sol a los buenos y a los malos. Al bien nadie, ni siquiera los malos, tienen de qué acusarlo. Más aun, no quiso dejar en la perdición eterna al género humano condenado por su justo juicio, sino que hasta le envió al médico, el Salvador, para que lo curara gratuitamente. Me quedo corto: no sólo otorgara gratuitamente la curación, sino que hasta recompensara a los sanados. Nada puede añadirse a tal benevolencia. ¿Quién hay que diga: «Te sanaré y te daré una recompensa»? Maravillosa su obra. En efecto, sabía que Él, rico, había venido a un pobre: sana a los enfermos, les da un regalo, y este regalo no es otra cosa que Él mismo. El Sanador es al mismo tiempo ayuda para el enfermo y premio para el sanado.” (Sermón 156, 2).

Felices vacaciones y que sean un momento para encontrar a Cristo alternativa de vida nueva y mejor.

P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.