Lenguaje insuficiente
No encontramos las palabras adecuadas para hablar de la Trinidad y casi siempre que lo intentamos solo son como balbuceos, por lo cual es necesario embarcarnos en la contemplación y no contentarnos con las meras palabras: “El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, puesto que son tres, investiguemos qué tres son y qué tienen de común... ¿Qué son, pues, estos tres? Si decimos que son tres personas, la cualidad de persona es allí común. Esta sería, conforme al lenguaje corriente, su denominación genérica o específica” (La Trinidad 7, 4, 7). Agustín, no obstante, nos presenta distintas triadas que nos remiten a la Trinidad divina y las propone como simples hipótesis y no como trinitarias en sí mismas. Lo que intentó es precisar cómo afirmar la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y su unidad. Proclama la igualdad de los tres, porque no son tres dioses: “Por lo tanto, sentemos como fundamental que todo cuanto en aquella divina y excelsa Sublimidad se refiere a sí misma es substancial, y cuanto en ella dice proyección a otro término no es substancia, sino relación. Y tal es la virtud de esta unidad substantiva en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, que todo lo que se predica en sentido absoluto de cada uno, no se predica en plural, sino en singular. Así decimos que el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y nadie duda que Dios sea substancia; sin embargo, no hay tres dioses, sino un solo Dios, que es la Trinidad excelsa” (La Trinidad 5, 8, 9). Pero para resaltar la originalidad de cada persona y evitar la subordinación, estudia las misiones divinas y concluye: “Llegado habíamos a aquel pasaje donde se asienta que el Hijo no era inferior al Padre por el hecho de enviar uno y ser el otro enviado: ni el Espíritu Santo era inferior al Padre y al Hijo, aunque se diga en el Evangelio que es por los dos enviados… Y si el Verbo sólo cuando se humanó se dice con verdad enviado, ¿por qué del Espíritu Santo se lee que ha sido enviado, aunque no se encarnó? Y si en las antiguas epifanías no se manifestaba el Padre ni el Hijo, sino sólo el Espíritu Santo, ¿por qué ahora se dice enviado, si ya anteriormente se reveló bajo aquellas apariencias simbólicas?” (La Trinidad 3, prólogo 3).
En cuanto a la terminología anota Agustín, a manera de aclaración, que se trata de lo que los griegos llaman hipóstasis, que para él es sinónimo de sustancia más que de persona, pero como no encuentra terminología mejor, aplica el término de persona a los tres: “En resumen: cuanto atañe a la naturaleza de Dios, es decir, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, esto es, del Dios Trinidad, se ha de predicar en singular de cada una de las divinas personas, y no en plural; pues para Dios no es una realidad el ser y otra el ser grande, porque en Él se identifica el ser y la grandeza; y así como no decimos tres esencias, sino una, así tampoco decimos tres grandezas, sino una grandeza. Llamo esencia, y más comúnmente substancia, al ousía de los griegos. Estos dicen también hipóstasis, pero ignoro qué diferencia pueda existir entre ousía e hipóstasis, en romance, una esencia y tres substancias” (La Trinidad 5, 8, 9-10). En otro lugar dice: “Al discurrir sobre lo inefable, para expresar de algún modo lo que es imposible enunciar, nuestros griegos dicen una esencia y tres substancias; los latinos, una esencia o substancia y tres personas” (La Trinidad 7, 4, 7).
Agustín se centra en el amor trinitario y trata de tener en cuenta la dimensión espiritual y mística. Siempre nos recuerda que la caridad es el fundamento de la vida intelectual, espiritual y comunitaria y pide una actitud de acogida para entrar en el misterio de amor que es Dios y ora con una oración que podemos hacer nuestra cada uno: “Señor y Dios mío, en ti creo, Padre, Hijo y Espíritu Santo. No dirías la Verdad: Id, a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, si no fueras Trinidad. Y no mandarías a tus siervos ser bautizados, mi Dios y Señor, en el nombre de quien no es Dios y Señor. Y si Vos, Señor, no fuerais al mismo tiempo Trinidad y un solo Dios y Señor, no diría la palabra divina: Escucha, Israel; el Señor, tu Dios, es un Dios único. Y Si tú mismo fueras Dios Padre y fueras también Hijo, tu palabra Jesucristo, y el Espíritu Santo fuera vuestro Don, no leeríamos en las Escrituras canónicas: Envió Dios a su Hijo; y tú, ¡oh Unigénito!, no dirías del Espíritu Santo: Que el Padre enviará en mi nombre; y: Que yo os enviare de parte del Padre. Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en la medida que tú me hiciste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe, y disputé y me afané en demasía. Señor y Dios mío, mi única esperanza, óyeme para que no sucumba al desaliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame fuerzas para la búsqueda, tú que hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un conocimiento más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva aquélla. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al -que entra; si me cierras el postigo, abre al que llama. Haz que me acuerde de ti, te comprenda y te ame. Acrecienta en mí estos dones hasta mi reforma completa” (La Trinidad 15, 28, 51).
Santiago Sierra, OSA