¡Hola, qué tal, cómo estás!
Se ha concluido el mes de agosto y con él las vacaciones para la mayoría de la población, ya que algunos las toman en este mes de septiembre, pero son los menos.
La vuelta al trabajo, al colegio, a la universidad, a la vida parroquial, es el horizonte que se abre ante la vista. Atrás quedan los días sin horario fijo, de largas siestas, de baños y paseos, de conversaciones y trasnochadas, de fiestas populares.
Ahora lo que toca es ir poco a poco centrándose en la vida cotidiana familiar, vecinal, laboral, estudiantil y, cómo no, cristiana, parroquial, de los grupos de fe.
Y, qué es lo puede animar, orientar, dar fuerza, centrar la vida en este momento del comienzo de una nueva etapa que trae consigo el mes de septiembre.
La respuesta la dan los árboles. Ellos, para vivir, para crecer, se adentran en las profundidades de la tierra. Allí encuentran el alimento, la sabia que necesitan para seguir adelante.
San Agustín, a ejemplo de los árboles, señala que el ser humano también tiene que dirigirse a lo profundo para encontrar el alimento y hacer frente a la vida. Un alimento, una sabia que no es otro que la caridad, el amor.
“Observa el árbol. Primero busca las profundidades para poder crecer. Guía a las raíces a la profundidad para poder levantarse hacia el cielo. No tiene otro fundamento que la profundidad. A la luz de esto, ¿piensas alcanzar las alturas sin la caridad? ¿Sin raíces buscas los cielos más altos? “
(Sermones 117,17)
Oración:
“¡Señor qué sublime eres en las alturas y qué profundo en los abismos! ¡Nunca estás lejano!”
(Confesiones 8,3)