Abiertos a la esperanza
Abiertos a la esperanza
Septiembre el comienzo del año académico y lo comenzamos con el lema: Abiertos a la esperanza. Todos, pero especialmente los niños, adolescentes y jóvenes iniciamos un camino desconocido lleno de incertidumbres y desafíos. Para realizar este camino se requieren tres decisiones: creer que existe una meta, deseo de llegar a ella y ánimo para no desfallecer en las dificultades. Podemos así determinar las tres actitudes o virtudes necesarias para definir a un buen caminante: fe, amor y esperanza. Tres actitudes imprescindibles para emprender cualquier empresa de este mundo; pero el corazón humano no se conforma con las metas efímeras de esta vida. Desea alcanzar una meta de plenitud de vida, amor y felicidad, meta inexperimentada, pero intuida porque supera nuestras capacidades de comprensión, meta que nuestro deseo no merece y que nuestra debilidad humana no alcanza. Esta realidad que trasciende nuestra naturaleza natural, solo es posible alcanzarla si Alguien nos confirma en la fe, garantiza la constancia del amor y fortalece el paso en el camino de la vida. Por eso Agustín anuncia una esperanza divina, una esperanza puesta en Jesucristo Salvador que supera cualquier esperanza de las realidades mundanas: “De esta confesión de fe, que se contiene brevemente en el Símbolo, y que, considerada materialmente, es alimento de los párvulos, mas, contemplada y tratada espiritualmente, es alimento de los fuertes, nace la buena esperanza de los fieles, a quien acompaña la santa caridad. Mas de todas las cosas que fielmente han de ser creídas, sólo aquellas que se contienen en la Oración dominical pertenecen a la esperanza. Pues es maldito, como dice la divina Escritura, todo aquel que en el hombre pone su esperanza y según esto, el que la pone en sí mismo, queda sujeto por las cadenas de esta maldición. Por consiguiente, sólo a Dios debemos pedir todo aquello que esperamos para obrar bien y para conseguir el fruto de las buenas obras.” (Manual de fe, esperanza y caridad, XXX, 114).
Consciente de la dificultad del camino, Agustín explica cómo necesitamos de la conjunción de las tres virtudes conocidas como teologales, precisamente porque nos unen a Dios y son don de Dios: “¿Puede alguno esperar lo que no cree? No obstante, se puede creer algo que no se espera. […] La esperanza no versa sino sobre cosas buenas y futuras y que se refieren a aquel de quien se afirma que posee la esperanza de ellas. Siendo esto así, del mismo modo que la fe y la esperanza se distinguen por su término, así también, por estas causas, debe mediar entre ellas una distinción racional. La fe y la esperanza coinciden en que tanto el objeto de la una como el de la otra es invisible. Por esto, en la epístola a los Hebreos -de la cual han usado como testigo ilustres defensores de la doctrina católica- se denomina la fe convicción de lo que no vemos. Con todo, cuando alguno dice que no creyó, esto es, que no dio crédito ni a las palabras, ni a los testigos, ni, finalmente, a ninguna clase de argumento, sino a la misma evidencia de las cosas presentes, no parece esto de tal modo absurdo que pueda ser reprendido justamente por sus palabras y pueda decírsele: Viste, luego no creíste; no se sigue de aquí, por tanto, que todo lo que se ve, no sea posible creerlo. No obstante, más bien llamamos fe la que nos enseñan las Escrituras divinas, es decir, la de las cosas que no se ven. Acerca de la esperanza dice también el Apóstol: La esperanza que se ve, ya no es esperanza Porque lo que uno ve, ¿cómo esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, en paciencia esperamos. Luego cuando alguno cree que ha de poseer bienes futuros, no hace otra cosa que esperarlos. Y viniendo ahora al amor, sin el cual nada aprovecha la fe, ¿qué he de decir? La esperanza no puede existir sin el amor; pues, como dice el apóstol Santiago, también los demonios creen y tiemblan, y, no obstante, ni esperan ni aman; sino más bien, lo que nosotros por la fe esperamos y amamos, ellos temen que se realice: Por esto mismo, el Apóstol aprueba y recomienda la fe que obra por la caridad, la cual no puede existir sin la esperanza. Por consiguiente, ni el amor existe sin la esperanza, ni la esperanza sin el amor, y ninguna de las dos sin la fe.” (Manual de fe, esperanza y caridad II, 8).
Agustín concluye como San Pablo que si necesarias son la fe y la esperanza la más importante es el amor: “Vamos a tratar, finalmente, de la caridad, de la cual dijo el Apóstol que era mayor que estas dos, a saber, la fe y la esperanza, y cuanto mayor es en alguno, tanto mejor es aquel en quien se halla. Pues cuando se pregunta si algún hombre es bueno, no se inquiere qué cree o espera, sino qué ama. Porque quien rectamente ama, sin duda alguna rectamente también cree y espera; pero el que no ama, en vano cree, aunque sea verdad lo que cree; en vano espera, aunque sea cierto que lo que espera pertenece a la verdadera felicidad, a no ser que crea y espere también que el amor le puede ser concedido por la plegaria.” (Manual de fe, esperanza y caridad XXXI, 117).
En este curso que ahora iniciamos, no olvidemos, pues, de “abrirnos a la ESPERANZA”, no de alcanzar metas efímeras, sino a la esperanza de la vida eterna en Cristo Jesús. Si fuésemos capaces de alcanzar la meta definitiva con nuestras fuerzas no hubiésemos necesitado un Salvador. Un feliz curso a todos y que Dios nos bendiga.
P. Pedro Luis Morais Antón. Agustino.