Ser María
María recibe el honor de concebir en su seno, de amamantar y regir al que lo rige todo: "Al que no contienen los cielos, lo lleva el seno de una sola mujer: ella gobernaba a nuestro rey; ella llevaba a aquel en quien existimos; ella amamantaba a nuestro pan" (Sermón 184, 3). Y dirigiéndose a María, Agustín exclama: "Amamanta, ¡oh madre!, a nuestro alimento; amamanta al pan que viene del cielo y ha sido puesto en un pesebre como vianda para los piadosos jumentos... Amamanta a quien te hizo tal que él mismo pudo hacerse en ti; a quien te otorgó el don de la fecundidad al concebir sin privarte al nacer de la honra de la virginidad; a quien ya antes de nacer eligió el seno y el día en que iba a nacer" (Sermón 369, 1).
Según Agustín, la dignidad del que iba a nacer exigía en la madre el milagro de la virginidad maternal: "Fue virgen al concebir, virgen al parir, virgen durante el embarazo, virgen después del parto, virgen siempre. ¿Por qué te maravilla esto, oh hombre? Una vez que Dios se dignó ser hombre, convenía que naciera así" (Sermón 186, 1).
Desde luego esto es un hecho nuevo y maravilloso, que sólo desde la fe se puede comprender. Esta fe que es fiarse de Dios, firmarle un cheque en blanco y ponernos a su entera disposición: "¿Quién podrá comprender esta novedad nueva, inaudita, única en el mundo, increíble, pero hecha creíble, y de forma increíble creída en todo el mundo, a saber, que una virgen concibiera y una virgen pariera y permaneciera siendo virgen? Lo que la razón humana no comprende, lo percibe la fe, y donde la razón humana desfallece, hace progresos la fe" (Sermón 190, 2).
Estas maravillas que todos admiramos en María, podemos hacerlas realidad también nosotros en nuestro corazón. Y es que María no solo se nos da como algo a admirar, sino como modelo de vida a la que podemos imitar: "Lo que admiramos en la carne de María, realizadlo en el interior de vuestra alma. Quien en su corazón cree con vistas a la justicia, concibe a Cristo; quien con su boca lo confiesa con la mirada puesta en la salvación, da a luz a Cristo" (Sermón 191, 4). Por tanto, "tienes cómo hacerte madre de Cristo, si concibes en tu corazón lo que ella concibió en su seno" (Sermón 65 A, 7).
En este contexto, Agustín nos invita a realizar nosotros la misma aventura de María: "Su madre lo llevó en el seno; llevémosle nosotros en el corazón; la virgen quedó grávida por la encarnación de Cristo; queden grávidos nuestros pechos por la fe en Cristo; ella alumbró al Salvador; alumbremos nosotros alabanzas. No seamos estériles, sean nuestras almas fecundas para Dios" (Sermón 189, 5).