El hombre misterio
El hombre es un inquietante misterio, es un enigma, se va realizando a medida que vive, pero puede tomar diversos senderos de realización, que forman el clima espiritual en el que se desarrolla; todos estos senderos coinciden en un único itinerario, porque todas las direcciones que elija, coinciden en su propio ser, en su horizonte existencial. Agustín vivió profundamente este misterio del hombre: "Me había hecho a mí mismo un gran lío y preguntaba a mi alma por qué estaba triste y me conturbaba tanto, y no sabía que responderme" (Confesiones 4, 4, 9). Por tanto, el hombre es un misterio insondable, un enigma impenetrable, es causa de maravilla y de estupor.
Lo que pretende este hombre es conseguir la felicidad, que para Agustín consiste en tener a Dios (cfr. La vida feliz 2, 11), en participar de Dios (cfr. Contra Fausto 20, 5), "la misma vida bienaventurada no es otra cosa que gozar de ti, para ti y por ti" (Confesiones 10, 22, 32). La inquietud que tiene el hombre sólo se puede calmar con el conocimiento y la contemplación de Dios (cfr. Confesiones 10, 23, 33), "porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones 1, 1, 1).
El hombre tiende constitutivamente a superarse a sí mismo para alcanzar a Dios. Pero esto exige que Dios esté ya en él, o que él esté en Dios, de otra manera no podría aspirar a poseerlo: "Nada sería yo, Dios mío, nada sería yo en absoluto si tú no estuvieses en mí; pero, ¿no sería mejor decir que yo no sería en modo alguno si no estuviese en ti, de quien, por quien y en quien son todas las cosas?" (Confesiones 1, 2, 2). El hombre participa de Dios en cuanto lleva su imagen y puede unirse a aquel del que es imagen (cfr. La Trinidad 14, 14, 20). El ser imagen es algo permanente que no puede perder el hombre, ni siquiera por el pecado (cfr. La Trinidad 14, 8, 11), pero "cuanto más eleve su pensamiento hacia lo eterno, tanto más fielmente es formada a imagen de Dios" (La Trinidad 12, 7, 10).
El trabajo y el sufrimiento parece que es la ley de la existencia terrena; la vida está vista por Agustín como un profundo abismo desde el que clamamos a Dios. Este sentido de la vida como peregrinación y como destierro, nos lleva a estar siempre alerta, sin descanso, en pie de guerra, ya que si, por una parte, podemos andar en busca de la perfección y amamos a Dios, por otra, nosotros mismos nos ponemos pegas, nos disuadimos de estar en tensión y huimos de los caminos del Señor. La vida es siempre lucha, combate, pero una lucha que se libra fundamentalmente en la intimidad, donde hay que poner orden y buscar la paz: "¿No es una prueba la vida del hombre sobre la tierra? Aquí comienza a mostrarnos el sentido de las palabras anteriores. Presenta esta prueba como una especie de estadio donde se lucha y donde el hombre vence o es vencido" (Anotaciones a Job 7).
En esta lucha habrá pruebas y dificultades, que no son otra cosa que advertencias para un amor más profundo y verdadero a Dios: "Habitas en aquellos que santificaste, a los cuales haces comprender que no oyes a algunos atendiendo a su utilidad, y, no obstante, oyes a otros para su castigo... En quienes habita Dios, sin duda en la tribulación se hacen mejores al ser probados como el oro... El que nos hizo, sabe lo que debe hacer; lo sabe y nos restaura. El arquitecto que edificó la casa es excelente; si algo se hubiere derruido allí, sabe repararlo" (Comentario al Salmo 21, 2, 5).
Santiago Sierra, OSA