Navegar hacia la Patria
Este itinerario que hemos de seguir los humanos se nos presenta siempre como una navegación hacia la patria: "Por lo tanto, debiendo gozar el hombre de aquella Verdad, que vive inmudablemente y por la cual el Dios Trinidad, autor y creador del mundo, cuida de las cosas que creó, debe purificar su alma, a fin de que pueda contemplar aquella luz y adherirse a ella después de contemplada. A esta purificación la podemos considerar como cierto andar y navegar hacia la patria, pues no nos acercamos al que está presente en todos los sitios, por movimientos corporales, sino por la buena voluntad y las buenas costumbres" (Sobre la doctrina cristiana 1, 10, 10). La meta que persigue este itinerario es el reencuentro con uno mismo y con Dios, por eso es necesario una decisión firme y permanente: "No era necesario ir con naves, ni cuadrigas, ni con pies, aunque fuera tan corto el espacio como el que distaba de la casa al lugar donde nos habíamos sentado; porque no sólo el ir, pero el mismo llegar allí, no consistía en otra cosa que en querer ir, pero fuerte y plenamente, no a medias" (Confesiones 8, 8, 19).
En todo momento será necesario que estemos alerta y no dejemos que dormite nuestra fe, como les pasó a los discípulos en medio del lago; si sentimos naufragar nuestra pequeña barca, es que Cristo está durmiendo en ella y es necesario despertarle: "Levántate; ¿por qué duermes, Señor? Cuando se dice que Él duerme, es que dormimos nosotros, y cuando se dice que Él se levanta, nos levantamos nosotros. También dormía el Señor en la nave, y ésta fluctuaba porque dormía Jesús. Si allí hubiera estado despierto Jesús, no hubiera zozobrado la nave. Tu nave es tu corazón; Jesús estaba en la nave, es decir, la fe en el corazón. Si te acuerdas de tu fe, no vacila tu corazón; si te olvidas de la fe, duerme Cristo; a la vista está el naufragio. Por tanto, haz lo que falta, a fin de que, si se encuentra dormido, sea despertado. Dile: Ve, Señor, que perecemos; despierta, para que increpe a los vientos y se restablezca la tranquilidad en tu corazón. Cuando Cristo, es decir, cuando tu fe vigila en tu corazón, se alejan todas las tentaciones, o a lo menos no tienen poder alguno" (Comentario al Salmo 34, s.1, 3).
Dios está deseoso de estar siempre en relación de unidad con nosotros, por nuestra parte, para que esto sea una realidad, es necesario que abramos el corazón a su gracia, a su viento vivificador; será necesario que desconfiemos de nosotros mismos, de nuestras fuerzas y valores y nos fiemos de Él; será necesario que dejemos la iniciativa a Dios sobre todos los asuntos importantes de nuestra vida. El camino que Cristo ha seguido es el de la pasión, como nos es bien conocido, y este mismo camino es el camino de sus seguidores: "Siguiendo el camino de Cristo, no te prometas prosperidades del siglo. El anduvo por ásperas sendas, pero te prometió cosas grandes. Síguele... Partiendo de aquí, comencé a decir que, si amas el camino de Cristo y si eres verdaderamente cristiano, no vayas por otro camino sino por el que Él fue, pues es cristiano el que no menosprecia el camino de Cristo, sino que quiere seguir la senda de Cristo a través de sus padecimientos. Parece áspera, pero ella es vereda segura; otra quizá tenga placeres, pero se halla plagada de ladrones" (Comentario al Salmo 36, s.2, 16).
Ante este mar Cristo aparece primero como la vía que Dios nos ha abierto y por la cual nosotros podemos ir hacia él: "¿Qué aprovecha al soberbio contemplar en la lejanía la patria trasmarina, si siente sonrojo de subir al leño? Y, ¿qué perjudica al humilde la larga espera de la visión, cuando está seguro de haber tomado pasaje en la nave, que ha de arribar felizmente a la patria, y que el vanidoso desprecia?" (La Trinidad 4, 15, 20).
El hombre es un navegante y la vida una navegación hacia la patria verdadera. Patria-Vía es un binomio interesante en la obra agustiniana. Cristo se le ha presentado como sabiduría, como verdad y como ejemplo para llegar a la patria. Pero Cristo-Vía significa dos cosas diversas en el universo simbólico agustiniano; por una parte, Cristo está visto como un navegante avezado, un navío resistente, un camino abierto en el mar para poder atravesarlo y llegar a la otra orilla. El como hombre lleva a la otra ribera que es Dios mismo; el símbolo de su capacidad para guiarnos es la cruz, nave que nos traslada seguros: “Está por medio el mar de este siglo, que es por donde caminamos. Nosotros nos damos cuenta del término de nuestro viaje; muchos ni siquiera saben a dónde dirigirse. Para que existiese el medio de ir vino de allá aquel a quien queremos ir ¿Qué hizo? Nos proporcionó el navío que sirve para atravesar el mar. Nadie puede pasar el mar de este siglo si no le lleva la cruz de Cristo. Muchos, aun enfermos de los ojos, se abrazan a la cruz. E incluso quien no ve la lejanía a donde se dirige, no deje la cruz. Ella lo llevará” (Comentario al evangelio de Juan 2, 2).
El hombre es el caminante que quiere llegar a una meta, que es la patria, que es donde puede encontrar su felicidad plena y su realización como hombre; para ello debe utilizar los medios que tiene a su disposición, siendo consciente que son medios y que no puede quedarse en ellos: "Siendo peregrinos que nos dirigimos a Dios en esta vida mortal, si queremos volver a la patria donde podemos ser bienaventurados, hemos de usar de este mundo, mas no gozar de él, a fin de que por medio de las cosas creadas contemplemos las invisibles de Dios, es decir, para que por medio de las cosas temporales consigamos las espirituales y eternas" (Sobre la doctrina cristiana 1, 4, 4).
Santiago Sierra, OSA