Enséñame, Señor, único Maestro,
lo que tengo que enseñar
y lo que aún tengo que aprender.
Enséñame el arte de escuchar,
más excepcional que las palabras elocuentes.
Enséñame a colocar en mi libro de ruta
el viaje al mundo interior
donde pueda oír el rumor de la verdad.
Dame el regalo del silencio,
de la alegría y la misericordia.
Que sepa esperar
igual que el labrador contempla el surco
con los ojos abiertos
a la admiración y a la sorpresa.
Que mi corazón no sea una plaza vacía,
un territorio privado,
sino el rincón soleado
donde puedan sentirse cómodos
los hambrientos de amistad.
Que, buscando aprenda, esperando ame
y conociéndome te conozca,
como el beso de la luz que entra por la ventana
me ayuda a descubrir el sol inmenso.