Historia y personajes

Escrito el 21/07/2021
Agustinos


Santa Mónica, una mujer fuerte

La madre de San Agustín es muy conocida en la historia gracias al libro de San Agustín titulado “Las Confesiones”, algo que no sucede en los grandes santos de esa época. En esa obra Agustín recordaba su vida interior, y esa vida estaba dominada por su madre Mónica. Por eso, las relaciones de San Agustín con su madre ocupan una parte importante de ese escrito, y las relaciones entre la madre y el hijo forman el hilo conductor del mismo.

La imagen que nos trasmite el texto es el de una mujer de principios sólidos, comedida, digna, pacificadora, que se mantendrán así a lo largo de su vida. Tuvo un objetivo en su vida que fue la conversión al cristianismo de su hijo y la entrada en la iglesia, y para su consecución luchará toda su vida.

No es habitual que se pueda conocer el carácter y circunstancias de la vida de una mujer del siglo IV. Las mujeres no eran protagonistas de la historia, ni se les valoraba en sus funciones sociales. No pasaban de ser una parte secundaria, al servicio del cabeza de familia.

Santa Mónica no tuvo reparo en echar de casa a su hijo cuando volvió de Cartago convertido al maniqueísmo, ni de seguir a su hijo cuando este se machó a Italia después de engañarla; y cuando pudo se trasladó siguiendo a su hijo hasta Milán, algo fuera de lo común. ¿De dónde sacó fuerzas una mujer viuda y sola para embarcarse en el norte de África hacia Italia?

El objetivo de su vida fue obtener de Agustín la conversión al cristianismo, cosa que verá cumplida al final de su vida en el bautismo de Milán. En todo tiempo recurrió a la oración y a las lágrimas para pedir su conversión, y también insistió ante los obispos conocidos para que favorecieran este paso hacia la fe, incluido San Ambrosio.

Santa Mónica estuvo presente en el retiro de Casiciaco, y pudo comprobar los últimos pasos dados por el grupo de su hijo para entrar en la Iglesia. Cuando inicien el camino de vuelta a África les acompañará hasta el puerto de Ostia. Junto a su hijo tuvieron una experiencia cristiana muy profunda de verdadero éxtasis. Quince días después falleció, sin poder volver a su patria, dejando a San Agustín sumido en una gran tristeza. Las lágrimas de su nieto Adeodato y la pena de Agustín fueron inmensas y las lágrimas se resistían a salir de sus ojos.  Perdía San Agustín una madre por partida doble, a quien debía la vida y la fe. Él le había llorado un día, pero ella lo hizo toda su vida. Su cuerpo reposa en la iglesia de San Agustín de Roma.

Ricardo Paniagua, OSA