Reflexión agustiniana

Escrito el 14/08/2021
Agustinos


 

Música: Gregoire Lourne, Africa the Cradle of life

 

Texto: Pío de Luis, OSA

 «Entiende para creer, cree para entender» (Serm. 43,9)

Dios dotó al hombre de inteligencia que le capacita para acceder a la verdad y, ya en concreto, para conocerlo a él a partir de su obra. Solo que, habida cuenta de la hondura de su misterio y de las limitaciones de la inteligencia humana, quiso revelarse más plenamente en una historia de salvación que alcanza su cima en la encarnación de su Hijo y en el envío del Espíritu Santo. Ahora bien, aceptar esa revelación por la fe ¿no significa abdicar de la condición humana en cuanto racional?

El problema de las relaciones entre la fe y la razón acompaña siempre a las religiones reveladas. Se plantea sobre todo cuando un mensaje presuntamente venido de Dios se percibe como inasumible por la razón. San Agustín lo vivió en primera persona en toda su intensidad. De hecho, cuando en su juventud los propagandistas de la secta religiosa maniquea le cuestionaron la fe católica de su infancia etiquetándola de irracional, él la abandonó. Solo años después volvió a ella, tras convencerse de que la fe racional era la católica y la irracional, la maniquea.

«Entiende para creer, cree para entender». Esta fórmula resume el resultado de la reflexión que le abrió las puertas del regreso. Su sentido lo ilumina en cierto modo el simple advertir la ubicación de los dos verbos que designan las opciones en liza: comienza con el verbo entender y concluye con el mismo verbo, como indicando que la fe católica es racional de principio a fin; el verbo creer, en cambio, aparece en el medio, mostrando así que tiene globalmente valor de medio.

La máxima señala que es racional tanto el acto de creer –«entiende para creer»– como lo que se cree –«cree para entender»–. La fe católica no se acepta a ciegas; si no se funda en motivos validados por la razón, carece de valor porque carece de consistencia. Es la convicción a que llegó Agustín, luego convertida en fórmula: «entiende para creer». Quien no encuentra motivos para creer tiene ante sí dos opciones: o renunciar a la fe, o –postura más racional, adoptada por él– buscar motivos que justifiquen dar el paso hacia ella.

Racional es también el objeto de la fe, pero a su condición de racional solo se puede acceder desde la fe. ¿Cabe pretender entender algo a lo que ya de entrada se niega la posibilidad misma de existir? No se trata de que todo el que cree algo entienda lo que cree, sino de que quien cree algo se abre las puertas a entenderlo. La fe propicia el amor que introduce en el conocimiento (C. Faut. 32,18).

Hablando hace algún tiempo sobre la fe, mi interlocutor confesaba que la fe católica de santo Tomás de Aquino no le decía nada en orden a aceptarla; en cambio, sí le decía –y mucho– que la hubiera aceptado san Agustín. Se trata de dos de las mentes más lúcidas de la humanidad, pero mientras Santo Tomás nació, vivió y murió en un contexto en el que esa fe era casi patrimonio común, san Agustín la poseyó, la perdió y volvió a encontrarla en un contexto de fuerte competencia religiosa. Si él, que primero halló razones para no creer, volvió a encontrarla después de más de diez años de intensa búsqueda, es porque las había. Y, además de encontrar razones para creer, encontró razonable lo que creyó. Lo primero hizo de él un férvido creyente; lo segundo, uno de los más grandes teólogos de la Iglesia Católica.