Reflexión agustiniana

Escrito el 21/08/2021
Agustinos


Dios es amor

Al considerar las variadas acepciones del término amor, debemos tener especial cuidado para distinguir la verdad de la mentira, la realidad de la ofuscación. En ocasiones el pretendido amor no es sino una manifestación de egoísmo y, por tanto, es falso. Se trata de amar, pero de amar bien, porque está en juego nuestra propia felicidad, ya que uno será aquello que ame: “Si, pues, los hombres son tales cuales son sus amores, de ninguna otra cosa debe uno preocuparse en la vida sino de elegir lo que ha de amar” (Sermón 96,1). Por eso san Agustín distingue dos amores, uno cierto y otro equivocado, uno que conduce a la vida y otro que es expresión de muerte. El verdadero amor (caridad) tiene un triple objeto: Dios, el prójimo y uno mismo. El falso amor es el amor del mundo. “En esta vida, toda tentación es una lucha entre dos amores: el amor del mundo y el amor de Dios; el que vence de los dos atrae hacia sí, como por gravedad, a su amante” (Sermón 344,1).

Dios es el que purifica y da sentido al verdadero amor, ya que “si a nuestro amor le anteponemos algo o lo igualamos con él, no sabemos amarnos a nosotros mismos” (Carta 155,4,13). Y en otro texto: “No es posible en quien ama a Dios que no se ame a sí mismo; y diré más: sólo se sabe amar a sí mismo quien ama a Dios. Ciertamente se ama mucho a sí mismo quien pone toda la diligencia en gozar del sumo y verdadero bien. Y como ya hemos probado que es Dios, es indudable ser mucho lo que se ama a sí mismo quien es amante de Dios” (Las costumbres de la Iglesia católica 1,26,48). Este amor, que procede de Dios como fuente y como fin, se dilata en el otro: “Lo mismo que haces contigo, hazlo con tu prójimo, con el fin de que él ame a Dios y también con perfecto amor. Pues no le tienes el amor que a ti mismo, si no te afanas por orientarle hacia el bien al que tú te diriges” (Las costumbres de la Iglesia católica 1,26,49).

Por tanto, debemos purificar nuestro amor y amar a Dios sobre todas las cosas. Él es el bien infinito y será nuestra eterna felicidad; ninguna otra realidad debe ser amada por encima de Dios o a su mismo nivel. O, dicho de otro modo, el amor a Dios debe estar presente e iluminar los amores terrenales, por buenos y dignos que sean, ya que sólo en él alcanzan su definitiva grandeza y su plenitud: “Ama ciertamente también estas cosas, pero ámale más a él y todo esto ámalo por amor a él” (Comentarios a los Salmos 144,8). “Cristo vino a transformar el amor y hacer, de un amante de la tierra, un amante de la vida celestial” (Sermón 344,1).

Tomado de:

MARÍN DE SAN MARTÍN, Luis., Matrimonio y familia en San Agustín. Colección Espiritualidad Agustiniana. FAE