Reflexión agustiniana

Escrito el 12/04/2025
Agustinos


Testigos de la esperanza

Inicia la Semana Santa y cada año son más las personas para las que dicho periodo sólo significa tiempo de vacaciones o de fiestas populares adornadas de procesiones con tradición cultural. Nuestra cultura decadente no ayuda a elevar nuestra mirada sobre el horizonte que nos circunda. Sin embargo, estos eventos religiosos fruto de fuerte vivencia espiritual están llenos de misterio y belleza que todavía interrogan a los corazones inquietos en busca de sentido para su existencia. ¿Qué significa celebrar el sufrimiento y la muerte de lo cuales huimos? Reflexionaba Agustín con su pueblo: “Cristo es, ciertamente, la vida. ¿Por qué murió la vida? No murió ni el espíritu ni la Palabra; fue su carne la que murió, para que en ella muriese la muerte. Sufriendo la muerte, dio muerte a la muerte: puso el cebo en el lazo al león. Si un pez renunciara a comer, no caería en el anzuelo. El diablo tenía avidez y avidez de muerte. La cruz de Cristo fue una trampa; la muerte de Cristo, mejor, la carne mortal de Cristo fue como el cebo en una ratonera. Vino, lo tragó y quedó preso. Ved que Cristo resucitó: ¿dónde queda la muerte? Ya se dice en su carne lo que al final se dirá también en la nuestra: La muerte ha sido absorbida en la victoria. Había carne, pero no corrupción. Permaneciendo la misma naturaleza, se transforma su modo de ser; la sustancia es la misma, pero en ella no habrá ya defecto alguno, ninguna lentitud, corrupción, necesidad, nada mortal, nada de lo que solemos conocer en la tierra. La tocaban, la manoseaban, la palpaban, pero no la podían matar.” (Sermón 265D, 5).

La muerte de Cristo significa que el Hijo de Dios entrega su vida nuestra salvación. Gasta su vida por cada uno de los hijos pródigos que malgastamos la herencia del Padre en el simple y único disfrute de este mundo. Su resurrección eleva nuestro corazón por encima de esta vida abriéndolo a la esperanza de la vida eterna de la cual somos testigos. Anuncia Agustín en su predicación como Cristo “sube al cielo y es sustraído de los ojos de los discípulos; vuelve en sí a los que lo miraban y los convierte en testigos. Se les dice: ¿Por qué estáis ahí plantados? Este Jesús que ha sido apartado de vosotros, vendrá así. ¿Qué quiere decir así? Así, en la misma forma, en la misma carne: Verán al que traspasaron. Vendrá así como lo habéis visto ir al cielo. Efectivamente, lo vieron, lo tocaron y lo palparon; al verlo y tocarlo afianzaron su fe; al subir al cielo lo siguieron con sus miradas, y en sus oídos atentos oyeron el testimonio de la voz del ángel, que anunciaba de antemano la venida de Cristo. Mas, una vez cumplidas todas estas cosas en sí, para hacerlos testigos de Cristo, para que tolerasen con fortaleza cualquier cosa por la predicación de la verdad y luchasen contra la mentira hasta derramar su sangre,” (Sermón 265D, 6).

Los cristianos celebramos esta Semana Santa la esperanza en Cristo vivo que nos acompaña en el camino y somos testigos cuando caminando entre las incertezas y sufrimientos de esta vida. Cuando vivimos guiados por el amor y la esperanza en Cristo somos “los mártires de Cristo, es decir, testigos de Cristo que no se avergonzaron de confesar su nombre delante de los hombres. Quien les dijo a ellos: No penséis en lo que vais a decir, pues el Espíritu Santo os enseñará lo que conviene que habléis, concédame a mí deciros lo que os conviene a vosotros. «Mártires» es un término griego que equivale, en nuestra lengua, a «testigos». Los santos mártires, testigos veraces, no falsos, atestiguaron con su sangre que hay que anteponer la otra vida a la presente; ellos, en efecto, despreciaron valientemente ésta, que es transitoria.” (Sermón 299F, 1). Animados pues por la fe y la esperanza mientras caminamos por este mundo hagamos lo que Agustín pide a su pueblo: “Desea y pide que te sea concedida la vida de Cristo, y hasta que llegues a ella ten como garantía la muerte de Cristo. Al prometernos que él había de vivir con nosotros, no pudo ofrecernos garantía mejor que el morir por nosotros. «He sufrido —dice— vuestros males; ¿no voy a daros en cambio mis bienes?». Hizo la promesa, dejó una fianza y dio una garantía, ¿y todavía dudas si creer? Hizo la promesa cuando caminaba aquí en compañía de los hombres; dejó la fianza en el evangelio escrito. Ante su garantía dices cada día: «Amén». Has recibido la garantía, cada día se te dispensa; no pierdas la esperanza tú que vives en virtud de esa fianza.(Sermón 334, 2).

Que el Espíritu del Cristo resucitado sea la fuerza con que anunciamos la esperanza a este mundo tan convulso. Feliz Pascua de Resurrección.

P. Pedro Luis Morais Antón.

Agustino.